Mariaelena Finessi – le traduce Inma Álvarez – publica en ZENIT (portal de noticias vaticanas de gran prestigio y fiabilidad) un breve artículo sobre la presentación hace tres días del volumen “Giornalisti abbiate coraggio” (“Periodistas, tened valor”). Este libro recoge los 27 mensajes que Juan Pablo II dirigió, anualmente, a los periodistas con ocasión de las Jornadas mundiales de las comunicaciones sociales.
El acto, presidido por Nicola Zongaretti de la Federazione Nazionale della Stampa (Sindicato Unido de periodistas italianos) y por Monseñor Claudio Maria Celli, presidente del Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales, ha puesto de relieve dos dimensiones del ya inminente beato Juan Pablo II.
Primera: Karol Woityla amaba la profesión periodística y a sus protagonistas. Estaba cerca de los que con la palabra, el sonido y la imagen investigan, intermedian y difunden noticias e informaciones a grandes públicos y cuanto antes. Permanecía siempre atento a la profesión y cada año nos ponía a todos frente a una responsabilidad para la verdad, de cuya fuerza no nos “protege” ningún escepticismo. “Pocas profesiones requieren tanta energía, dedicación, integridad y responsabilidad” como la periodística, afirmó, “pero, al mismo tiempo, son pocas las profesiones que tengan una incidencia similar sobre los destinos de la humanidad”. El 1 de mayo habrá 2300 periodístas acreditados, escuchando su silencio.
Segunda: el propio papa polaco vivía esa pasión por compartir su mensaje de paz con todo el mundo. Se ha dicho que era un gran comunicador, y es cierto. Se ha dicho también – no siempre con clara intención – que era un actor. Esto es cierto también, si entendemos actuar no como vacua representación, sino como un “hacer” que le involucraba hasta a la médula. Supo emplear todos los medios de comunicación, aunque, ciertamente, él mismo era comunicación en estado puro, sin edulcorantes ni conservantes.
Juan Pablo II, escribió (¡vaya si escribió!), habló por radio, estuvo ante las cámaras y micrófonos y no fue ajeno a nada de lo que interesa a esta humana necesidad de compartir.
Pero lo que mejor se le daba era el “directo”: ponerse en las manos de Dios y mirar a los jóvenes, a los niños, a las mujeres, a los ancianos para decir a todos ¡abbiate coraggio! Non abbiate paura! No tengáis miedo.
Podemos recordar aquella su última comparecencia en la ventana de su biblioteca (http://www.youtube.com/watch?v=m3uzg-DjBg8): quiso hablar, pero no se lo permitieron ni la traqueotomía que se le había practicado, ni la laringe dañada y con un gesto de gran emoción nos lo dijo todo. Y es que hay imágenes vigorosas, porque “también el silencio puede llegar a ser una gran forma de comunicación”, concluyó monseñor Celli.
José Ángel Domínguez Calatayud