Un artículo de Mercedes Serraller (“Oleada de denuncias para borrar datos de Google y Facebook”) llama la atención sobre la fiebre del llamado derecho al olvido. El documentado texto de Serraller (Expansión 8/04/2011) hace pensar en la facilidad con la que jóvenes y menos jóvenes abren las puertas de su almario y desperdigan al aire virtual los propios méritos y las propias miserias. Su intimidad es desde ese momento “extimidad”.
Sin intimidad, lo que tenía que quedar dentro o reservado a unos pocos queda a la vista en el mercado público, en ese “foro inacabable” de la red. Este fenómeno, hijo de la unión del poder tecnológico de las comunicaciones y de la muerte de los tabúes (hermano del “móvil sin fronteras” –ni en el AVE – y el reality show) es mundial, creciente y determinante de nuevos poderes sociales. Se puede borrar todo registro: es cuestión de dinero poder y opinión pública, pero creo saber de qué lado estarán el dólar, el boletín oficial y los mass media.
El derecho al olvido nace del perdón de uno mismo o de los herederos. Uno debe tener derecho a perdonarse, a enmendar el camino y a corregir lo equivocado sea texto, sea imagen. Los hijos tienen el derecho y, muchas veces el deber, de perdonar y de que la red olvide.
Intimidad y perdón anidan en la dignidad. Cómo ha puesto de relieve el imprescindible film de Roland Joffé “Encontrarás Dragones”, “los santos tienen un pasado y los pecadores un futuro”. Sin el derecho al olvido conjugaremos el futuro indeterminado pluscuamperfecto. Al tiempo.
José Ángel Domínguez Calatayud