Elecciones y Vae victis!

¡Ay de los vencidos! exclama el clásico recogiendo las palabras pronunciadas por el galo Breno irritado ante las quejas romanas en la negociación de lo que Roma pagaría tras seis meses de sitio en el año 387 A.C. Se destaca así el cruel destino reservado a quien pierde una guerra. La expresión perdura dulcificada, gracias al cielo (que, por cierto, existe) en el mundo de la política, las finanzas y el deporte.

Ante algunas victorias arrasadoras, aplastantes, y arrolladoras casi habría que decir ¡ay de los vencedores! Porque es muy difícil armonizar la natural expansión del espíritu victorioso, que invita incluso al baile, con la sensatez de pensar que en toda victoria hay algo prestado, que habrá que devolver con frutos, por cierto, a veces prometidos en campaña.

¡Ay de los  vencedores! cuando tengan, mañana mismo, que abrir la caja fuerte donde a lo mejor, no es que haya un mensaje como el que se encontró el ministro británico de finanzas Georges Osborne, tras la victoria del partido conservador el año pasado, en el que su antecesor laborista en el cargo decía: “siento decirte que no hay dinero en la caja”, sino que puede haber otro, aún peor firmado por un acreedor que diga: “próximo vencimiento de deuda millonaria contraida”.

¡Ay de los vencedores! si no miran al bien común acampado, parado, transeúnte o simplemente contribuyente, porque “todo éxito es prematuro” y en algún caso llega con meses de adelanto. Pero no es hora de aguar fiestas ni de rebajar buenos vinos olorosos con aroma de victoria. Parece hora, vencedores, de hacer perdurable en el paladar social ese buen sabor con la generosidad y la abnegación, que es el nombre que recibe el sacrificio de intereses personales – y partidarios – a favor del interés altruista de nuestra nación.

 

 

José Ángel Domínguez Calatayud

 

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