Roma, a pesar de todo

Dos cosas llaman la atención en la Roma primaveral que acabo de visitar. Una, que hay más tiendas de moda masculina que femenina. La otra, una como cristalización de una cierta inelegancia.

No ha perdido la urbe –hay un peso de la Historia – la dimensión de armonía,  de “medida en lo desmedido”, de fuerza y tensión hacia lo bello, que tanto seduce. Pero junto a ello persisten  la suciedad en los suelos de amplias zonas del centro; las huellas de los carteles políticos muy lejos de aquel diseño comme signo de dio in noi y la presencia del vestir turístico uniformado en la línea pocogusto.com. Es cierto que para recorrer la ciudad visitando monumentos, subiendo y bajando siete colinas y todo ello a veinticinco grados de mayo, no puede hacerse con unos scarpe di tacco altissimo Christian Laoubutin y un largo vestido rojo de Valentino, ella, o un su misura de Ermenegildo Zegna, él. Un cierto confort es imprescindible para recorrer el Foro, Il Corso, Piazza Navona, San Pedro

Sin embargo, moderar las “deportivas” es posible; desterrar las chanclas una necesidad higiénica. Se pueden conseguir hoy manufacturas que cuidan los pies sin renunciar a la piel y a su brillo de limpieza: Pilar Burgos o cualquier otra marca española de zapatos.

Una ropa ligera, pero que no enseñe los tirantes de la ropa interior bajo una camiseta de «diseño»; unos pantalones casual capaces de contener dentro de sí el final de la camiseta y, para entrar en templos y lugares con aire acondicionado, una chaqueta ligera que cuelgue del shopping bag, pueden llegar a proponer una vestimenta suficiente, siempre que una (o uno) no se empeñe en ofender a Roma echando a pelear los colores.

La Ciudad Eterna tiene que defenderse de este “sacco di Roma”, este asalto al buen gusto y a la sensibilidad. No es posible que hordas desasistidas  de desodorante, equipadas con  euros, dólares y libras, tatuadas hasta una más que exhibida axila y blandiendo su omnipresente  “Nikon” destruyan lo que las últimas generaciones de gestores italianos no han conseguido derruir.

También es posible, y Roma comienza a comprenderlo, planificar y acometer el trabajo de restauración de monumentos y templos. Lo hace cobrando a  los turistas, desde el 1 de enero de 2011, una “tasa de alojamiento” que se paga en el hotel y cuya cantidad – en euros por noche de alojamiento – llega a 3 euros por noche en los de 4 y 5 estrellas. Los turistas que pasan por la capital italiana contribuyen así con su dinero a que la ciudad esté más hermosa. Se nota ya en muchos sitios y reluce en Vía Condotti, donde la propia asociación de comerciantes – primerísimas firmas (Prada, Chanel, Hermès, Cartier, Gucci, Louis Vuitton, Ferragamo y Fendi) – se esmera en mostrar que la elegancia reclama espacios bellos, limpios y gente guapa. El primero en instalarse allí fue Valentino,  pionero de il mondo elegante, que, por cierto, en 1989 pleiteó sin éxito para evitar “el ruido y los olores repugnantes” que implicaría la apertura de un McDonalds en la cercana Piazza di Spagna.

En la caótica y maravillosa Roma resurge el convencimiento de que hay una «sostenibilidad estética»: me parece bien. Hay un otro lado del “otro lado” al que se puede llegar con la determinación de aquel estribillo de The Doors que, mientras comíamos algo, pudimos leer en letras de oro en el dintel de la puerta del Hard Rock Cafe de Vía Veneto, 62 : Break on through to the other side”.

 

 

Olga Gil Rubio para José Ángel Domínguez Calatayud

 

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