¡Vamos!

Es el grito de Nadal, el que le oímos en los momentos en que el Nº1 del tenis mundial, supera una situación comprometida dando con su raqueta un winner, un golpe ganador, neto rotundo, hermoso, que exhala pasión.

¡Vamos! Tenemos que decir nosotros en nuestra empresa, en nuestra familia, en la función política o social, cuando, superando la apatía, el hartazgo o la insensatez, salimos airosos de un trance difícil. O cuando lo enrostramos.

Ese “¡vamos!” es un plus ultra de la simple invitación, es una orden a las profundidades de nuestra voluntad,  a las conexiones de nuestro cerebro para que despierten, para provocar el encendido del ánimo y que lo mejor de nosotros y de nuestras organizaciones se disponga en formación de batalla, alienados todos con los objetivos.

¿Quién ha dicho que esté todo perdido? ¿Quién puede pensar que si ponemos en la misma línea el método, la ciencia, la visión, la intuición y el apasionado latir de nuestros talentos no saldremos de esta?

Somos las mujeres y los hombres seres complejos, pero con instrucciones de uso bien sencillas. Por ejemplo, en materia de educación o en la vida matrimonial y familiar, funcionan reactivadores sencillos que rearman la normalidad viviente. Mi católica y augusta esposa, cuándo le pregunto por la clave de la educación me contesta: “amor y sentido común”. Nada complicado como se ve y da resultado.

Si en un post anterior hablaba del silencio interior y de reservarnos dos momentos diarios para acudir a nuestra “Zona Creativa de Comunicación” es porque desde ahí se pueden, después ocupar resueltamente, con efectividad  y señorío, los pasillos del mundo inmediato. ¿Cómo? Poniendo por obra lo que en el silencio medité, repasándolo en mi mente, actuando con verdad.

Y luego, cuando asoma el momento difícil (ese instante llamado perdonar, corregir, cliente antipático, jefe autoritario, colaborador indolente, hijo enfermo, miserable aprovechado, estúpido recalcitrante, esposa agotada, adolescente con examen), entonces, concentrada toda energía en nuestro propio centro, nos decimos para adentro «¡Vamos!» Y vaya que si vamos, con responsabilidad y echándonos sobre la espalda toda la competencia, toda la habilidad, ejecutamos el golpe con la precisión aprendida en el persistente silencio oscuro de los entrenamientos.

¡Vamos!, nos decimos con la misma persuasiva intención contenida en el timbre de voz del capataz de paso de en una “Madrugá!: «¡A esta es!» Y decimos ¡Vamos! con la determinación contenida en aquellos versos de santa Teresa: “Aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera«.

Sí: alguien vendrá que te diga “total para qué, si a lo mejor no sirve para nada”, sin saber en su pusilánime ignorancia que cada “¡vamos!” que nos decimos enlaza neuronas desconectadas, reanuda las interrumpidas y fortalece la capacidad de seguir arriba. Porque para decirnos esto sí que somos Number One. No hay otra, no hay otro.

José Ángel Domínguez Calatayud

 

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