El silencio no existe. Todo clama, incluso lo que calla. Acudimos a la Física para que nos diga qué cosa es silencio. Y – ¡qué asombroso! – nos responde con el silencio. La respuesta contenida en la pregunta: el silencio es la respuesta a la pregunta sobre el silencio. Porque es ausencia. El sonido es otra cosa, es realidad, hecha de ondas invisibles e intocables, que se desplazan a 340 metros por segundo en el aire, a 1484 m/s en el agua y a 6400 m/s en el aluminio. ¡Ay solidez! qué buena eres para comunicar.
Si de la Física nos vamos a la vorágine diaria, al trajín de la casa, el barullo de la ciudad o a la algarabía y la aljamía de un centro escolar el asunto adquiere tintes, no de sólo de inexistencia, si no de imposibilidad metafísica.
Definitivamente el mundo occidental está habitado por más ruido que personas. La falta de silencio es invasiva y pandémica. Y falta el silencio que más falta hace: el interior. No me refiero a que haya miríadas de estudiantes que no se ponen a los libros sin unos auriculares en los que suenen Eminem o Alicia Keys. Tampoco a esas amas de casa que mientras limpian y ordenan la casa tienen puesta la televisión con Oprah Winfrey en Estados Unidos o la radio con Carlos Herrera en España. Me refiero a algo más interior aún que el habitáculo de nuestra berlina, en la que no paran de sonar Alejandro Sanz o Beyonce o el programa deportivo.
El silencio interior sí existe, pero requiere una ayuda en los sentidos exteriores mientras se goza de él. Y si existe el silencio interior debe tener un propósito, un fin. Todo lo que existe, es para algo (salvo en la teoría del caos absoluto y en la filosofía nihilista). El silencio interior existe para recrear el espíritu de la mujer y del hombre y capacitarlos para la auténtica comunicación. Es una paradoja más de la humana existencia: la comunicación empieza en el silencio interior y en la meditación personal. (“Quién habla solo espera hablar a Dios un día”, escribió Antonio Machado).
Hay cosas bellas que sólo vamos a encontrarlas en esos minutos de silencio. Por ejemplo “The Sounds of Silence”, Simon & Garfunkel; por ejemplo que “Silence is Golden”, The Tremeloes o que el silencio no es la ausencia de sonido, sino «la puerta de la honda música de tu profundo interior«.
Intentaba poner en orden estas ideas en la “Sala del Silencio” (Sala VIP, Estación de Atocha), en la que estaban otras cinco personas. No había pasado un minuto cuando una de ellas, con un móvil en la oreja empezó a dar voces. “Así que llegáis a las diez y media. Pues tened cuidado”, y continuó quebrando el aire con su estrépito hasta que terminó la conexión. Delante de mí un hombre joven, bebía una cola mientras trabajaba en su ordenador – cuyo fondo de pantalla delató luego su pertenencia a la auditora Deloitte -sin inmutarse por el ruido (píiip…píip) que su portátil emitía, de vez en cuando, probablemente avisando que un nuevo mensaje se alojaba en la bandeja de entrada de su “Outlook”. Otro más prudente, cogió su teléfono celular y salió del perímetro, pero daba los mismo, porque tal “perímetro de silencio” es más intencional que real, no está cerrado y oíamos su voz alta (“No, no me ha llegado el pedido”, “etc., …”); también llegaban los sonidos de las bromas, carcajadas y ruidos de una alegre reunión de algo así como mandos medios de una empresa, que se lo pasaban de miedo en la vecina zona no oficialmente silente.
El silencio no existe. Un pitido dentro de mi cabeza me lo recuerda. Pero el silencio interior se puede buscar razonablemente y ordenar en el laberinto de nuestra mente una “Zona Creativa de Comunicación”. Basta con dos ratitos al día, una al comenzar por la mañana y otro a la tarde. Si se persiste da unos magníficos resultados.
José Ángel Domínguez Calatayud
5 respuestas a Silencio