Si hay algo en este mundo que haga feliz a la mejor de todas las esposas es emplear una tarde de verano en una sesión irrestricta de compras en la portuguesa localidad de Vila Real de Santo António.
Todos nosotros conocemos gente que pierde pie por actividades nobles como el golf, la música sinfónica o por deportes de riesgo como el dominó. ¡Allá cada uno!, pero nadie disfruta tanto en su actividad preferida como la mejor de todas las esposas cuando recorre esa calle central de la ciudad lusa entrando y saliendo de tiendas atestadas de telas, colchas, toallas, camisones, camisas, camisetas, regalos, cestos, sombreros, menaje diverso y un sinfín de cosas. A mí, que me reconozco con poca capacidad de observación, todas las tiendas me parecen iguales y por tanto, vista una, vistas todas. ¿Piensa igual la mejor de todas las esposas? Pas de tout, que dicen en Francia, o sea, rien de rien. Por ello, en esto lo prudente es, como en tantas cosas de la vida, dejarse llevar por los expertos, y en cuestión de compras no cedo: ella ostenta la categoría de autoridad mundial con la certificación ISO que corresponda.
La otra tarde, pues, me metió en el coche y al poco cruzábamos el Guadiana por el puente del cercano Ayamonte. Estacioné en el puerto de Vila Real de Santo António y. ¡qué cara de felicidad! Reconozco que pocas cosas más emocionantes que contemplar a alguien querido dedicarse con maestría a la compra de objetos todos ellos perfectamente innecesarios, aunque, según su superior criterio, cosas utilísimas y del todo imprescindibles. Colchas, juegos de toallas, sábanas de algodón de Egipto, una cafetera, un tapón de botella, otra pareja de salero y pimentero (¡Mira que mono, José Ángel!) y hasta unas lindas figuras de un gato y un conejo en metal plateado destinadas a “rings holding”(ver foto). ¿Tenemos tantos anillos que hay que clasificarlos?
Entre todas las tiendas, ninguna por su variedad de cosas para el hogar como Caravella. En pleno centro (Rua Teófilo Braga, 23), han sabido hacer de la simple tentación por la compra de utensilios y menaje una verdadera trampa para elefantes en la que han caído varios miles de españoles y guiris que invaden las playas onubenses en los meses de verano. ¡Cuánto chalet de playa o apartamento costero está repleto de chismes de Caravella! Los del norte son los que más disfrutan… después, claro está, de la mejor de todas las esposas.
Dos horas después de entrar, habíamos abandonado ya Caravella, la mayor de las tentaciones, sin excesivos daños baja la línea de flotación de la tarjeta VISA y estábamos, por cuarto año consecutivo en María Dolores, que tiene las mejores sábanas y unos manteles de hilo de tres metros que son la pera, con perdón. Y en esto que se presentó la amable señora de la caja de Caravella: llena de preocupación, esta solvente empleada nos había buscado calle abajo porque pensaba que nos había cobrado un dispensador de kleenex (muy mono, José Ángel), que lo llevaba en la mano y que nos lo habíamos dejado en su mostrador. Se deshizo el entuerto; se comprobó que no constaba en el ticket de compra y que, por tanto, no nos había cobrado de más. Volví con ella a Caravella, pagué el dispensador y ¡ Obrigado!. ¡Y tanto que obligado!, pues, ¿en que ciudad del mundo, una cajera sale por las calles en busca de unos clientes con el temor de haberles cobrado un objeto que no llevaban? Que honor haber sido tan bien atendido.
Así que María la portuguesa queda inscrita con todos los honores en el Libro de Aclamaciones por su honradez, pundonor profesional y voluntad efectiva de hacer justicia. Y hasta el año que viene, me temo.
José Ángel Domínguez Calatayud
3 respuestas a Libro de Aclamaciones: Caravella (Portugal)