Profecías autofrustradas

Una profecía autofrustrada es el concepto opuesto al de la profecía autocumplida. Mientras en ésta última aquella realidad que no tendría por qué existir se realiza precisamente a causa de anunciar que sucederá, en el caso de la profecía autofrustrada el anuncio de que algo acabará por producirse hace que eso no suceda.

El temor a una profecía autocumplida es el motivo, por ejemplo, de que se prohíba en algunos países – entre ellos España –la publicación de encuestas con pronósticos electorales en las fechas inmediatamente anteriores a unas votaciones. Se piensa que la mera publicación de los resultados de la encuesta tendrá efectos en la voluntad de los votantes, bien subiéndoles al carro del vencedor preanunciado al que votarán en masa, bien provocando una abstención en los hipotéticos votantes del partido al que se da como perdedor: “total ¿para qué?” parece preguntarse este votante, y de la pregunta saca inconscientemente la respuesta. Al final, el partido al que se daba como ganador, gana efectivamente.

En las profecías autofrustradas se activa el mecanismo opuesto. Se aventura una afirmación de unos efectos futuros que no llegan a producirse, precisamente porque todos o algunos de los destinatarios de la profecía emprenden acciones que cambian el signo de ésta. La Historia describe de modo recurrente la reacción de grupos sociales (tribus, empresas, religiones) sobre los que se predice su desaparición y cuyos líderes son capaces de movilizar a todos sus miembros para alcanzar un grado de supervivencia exitosa exactamente en las antípodas de la profecía. Valga por todos los ejemplos el de los primeros cristianos, por los que nadie daba un denario en el siglo I y siguientes, pero que hoy llenan la tierra.

En los días en que escribo ésto leo profecías de crisis más profundas que la vivida en los cuatro últimos años. No hay ninguna profecía de hundimiento que no venga acompañada de datos. No hay dato positivo que no sea torcido por los augurios negros de agencias de predicción. Pero no hay agencia de predicción capaz de ver el infinito ni mucho menos la profundidad del espíritu humano. No pueden prever ni su propia extinción.

En fin, leyendo la prensa, parece que Maléfica va a salirse con la suya y Aurora, La Bella Durmiente – esta Sociedad Occidental –, se pinchará con el huso y como un Lehman Brothers en burbuja inmobiliaria, caerá al suelo con estrépito. Si hacemos caso a Charles Perrault en su célebre cuento Belle au Bois Dormant, todos, además, permaneceremos dormidos cien años hasta la llegada del Príncipe. ¡Lo que faltaba! Patricia Alfaro llega a titular su documentada crónica de hoy en El Mundo de esta guisa “Una hecatombe que parece no tener fin”.

Todo puede ocurrir, pero no todo tiene por qué ocurrir. Las Agencias no son el Destino. Los gurús no son el Hades, ni menos aún Zeus egidoco. El Designio no está predeterminado y la Sociedad Occidental, puede recuperar su dinamismo si sus mujeres y hombres recuperan la libertad interior y se deshacen de la carga de tristeza, corrupción y burocracia y actúan con altura de miras. Es preciso volver al corazón del Hombre e iluminarlo con la Verdad, para extirpar de allí la codicia, la pereza y la insensatez. Parece llegado el momento de un nuevo corazón, de un nuevo coraje, de una renovada fe para convertir las nubes negras en profecías autofrustradas. Es posible, hagámoslo probable.

José Ángel Domínguez Calatayud

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