Además del sentido del ridículo (vergüenza), el otro obstáculo para que sean efectivas las Presentaciones en Público es la ausencia del Sentido de Servicio. Este freno no es tan evidente como el anterior (que cursa con sentimientos casi físicos) y por eso no percibimos sus efectos, pero el resultado final es demoledor: no hemos comunicado con el público, y, por tanto, por más que nos felicitemos y nos digamos “¡qué bien me ha salido!”, lo cierto es que ha sido un fracaso.
Un Presentación en Público, no se mide por “cómo nos salga”, sino por “cómo les llega” lo que el ponente que quería compartir con ellas, a cada una, una por una: a todas las personas. Y ¡atención! cómo el ponente se hace con las “emisiones” del público, de sus sentimientos y de sus necesidades en este punto. Comunicar es compartir.
¿Es empatía? Pues sí y no: la empatía es necesaria (sin ella no hay comunicación sino vacío), pero la empatía es la consecuencia natural de educar a nuestra voluntad en el Sentido del Servicio.
He dicho “natural” porque tenemos la experiencia de que la gente que nos trata con naturalidad es con la que, por lo común, mejor comunicamos. La gente con sonrisa forzada, modales poco sencillos o palabras retorcidas nos repele.
Esta naturalidad comunicativa es, con la empatía, hija del Sentido de Servicio que, para que surja espontáneo en la presentación, ha de ser ejercitado en el día a día:
1.- Antes de comenzar la presentación en público:
- La preparo pensando que soy un servidor o servidora de unos señores que son el auditorio. Es terrible, pero sólo con leer la palabra “servidor” a algunos les hierve la sangre porque tenemos una imagen de servicio muy distorsionada y lo confundimos con servilismo y porque la infección individualista – “¡seréis como dioses!” – hace estragos en nuestro ego: escribiré sobre los neo-señoritos y las neo-señoritas.
- En la medida de lo posible me entero de quiénes son estos señores, mi público de hoy, qué les agrada, qué es mi deber decirles y cómo reaccionarán.
2.- Durante la Presentación en Público
- Me esmero en mi trato deferente, natural, respetuoso y pleno de digno humor (los malos humores huelen mal y desagradan), de acuerdo siempre con las características del acto: no es lo mismo que el auditorio sea un Tribunal de Justicia, el Claustro de la Universidad de Navarra, un Comité de Empresa, o cinco mil creativos de marketing.
- Siempre de cara, evito dos riesgos: el riesgo uno es dar la espalda –o la oreja – a nuestros señores (el público), porque si no se encuentran nuestras miradas no comunicamos; lo que sucede muchas veces si proyectamos con un cañón. El riesgo dos es dirigirnos a un parte del público – los que hacen cabeza – despreciando a los demás que están allí para ser igualmente servidos con nuestra palabra y nuestra persona entera. No es infrecuente esto en reuniones de empresa, en el ejército y en la política.
3.- Al terminar la Presentación en Público
- Refuerzo la escucha. En muchas ocasiones hay coloquio o reflexión sobre la ponencia. No es el momento de sacar el estoque de matar para defenderse; es más un momento para sacar el cesto y recoger buenas opiniones y, por otro lado, seguir sirviendo con réplicas que enriquezcan a todos
- Me preocupo de agradecer y quedar a disposición: si es el caso, se facilita una dirección de mail o un teléfono para que puedan nuestros señores – el público – ampliar conocimientos.
José Ángel Domínguez Calatayud