Comunicación y Política tartamuda

El pasado 22 de octubre se celebraba el día internacional de la tartamudez, instaurado en 1998, para sensibilizar a la opinión pública acerca de este trastorno padecido por entre el 1 y el 1,5% de la población. Es “bastante complejo donde intervienen factores biológicos, psicológicos y sociales los cuales al interactuar tienden a cronificar el trastorno. Sin embargo, hoy día existen tratamientos que permiten que la persona pueda controlar sus bloqueos y disminuir el trastorno a niveles bastante aceptables”, cuenta a Hechosdehoy.com el Dr. Pedro R. Rodríguez Carrillo, tartamudo, psicólogo de profesión, profesor titular de la Universidad Central de Venezuela, y co-fundador de la Asociación Iberoamericana de la Tartamudez.

Además del rey Jorge VI  de Inglaterra cuya figura ha quedado magistralmente plasmada en la película “El discurso del rey” (cuatro oscar), con la interpretación de Colin Firth la lista de tartamudos es como la sombra del ciprés: están actrices y actores como Sandra Bullock, Anthony Hopkins o Bruce Willis; grandes de la historia como el emperador Claudio, Napoleón o Winston Churchill y escritores como William Somerset Maugham y Lewis Carroll. Entre nosotros destaca el periodista Antonio Burgos que añade a la agudeza sevillana de su pluma el gracejo con el que custodia su tartamudeo.

Un entrelazarse de causas sociales, biológicas, y psicológicas parecen estar en el origen de cada personificación de este “trastorno del habla que afecta al proceso comunicativo y que se caracteriza por interrupciones involuntarias en la fluidez del habla de las personas”.

Los interlocutores del tartamudo respetamos la disrupción de la comunicación directa como actitud ante quien hace el esfuerzo tremendo de querer transmitir. En esto la recta intención y la educación de la paciencia juegan un buen papel en el interlocutor del tartamudo. Porque no estamos ante una falta de dominio por voluntad débil sino, justo al contrario, ante el heroico sinvivir de quien quiere pero no puede: nadie tartamudea adrede.

No así en el escenario político: algunos procesos de comunicación política exhiben una estrategia, una deliberada voluntad de dar y quitar, de proponer y ocultar, un grosero desplegar de un discurso, que no se deja manar como corriente continua de ideas hasta un mar sosegado donde se amanse el relato.

La jornada anterior al día Internacional de la Tartamudez, la organización criminal ETA, con el más que probable conocimiento previo del Gobierno del Reino de España (el director del gubernamental diario Público estaba en ese momento con el candidato del gobierno), emite una nota que suena a una parte de un discurso ya repetido (Rosa Díez); que podría ser el modo adelantado una rendición (José Blanco) y que, en todo caso, omite lo que la audiencia en general tendría que esperar en las últimas semanas (José Luís Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba por todos los demás). Cuando el discurso debería seguir fluyendo, se corta allí donde los oyentes (víctimas del terrorismo y gente de bien) parecían tener derecho a oír una más diáfana expresión de desarme y disolución.

Esta es la razón “a mon avis” de las reacciones de la audiencia, pues si la comprensión y el abrazo acompañan a la escucha del amigo tartamudo, el espectro se amplía en las audiencias sociales desde la desafecta incredulidad hasta la lágrima de satisfacción, pasando por el desdén, el hastío o el pasotismo de unos españoles que aspiran a contemplar una más fluida, transparente y firme trama del discurso político frente a materia tan cruenta y sentida como sal en la herida abierta de la memoria.

José Ángel Domínguez Calatayud

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