Hace tres días publicaba el Daily Mail (07/10/2011) una noticia que no sorprenderá a mis amigos oftalmólogos, pero que tiene interés para quienes vivimos para la comunicación. Así titulaba el rotativo: “Las cosas son en blanco y negro para una niña con una rara afección ocular”.
Efectivamente: Freyah Rose Lyon (20 meses) no puede ver los colores, ya que padece hipoplasia del nervio óptico, causando el subdesarrollo de los nervios ópticos y el nistagmo por el que los ojos se mueven constantemente de un lado a otro. Según el doctor Susmito Biswas del Hospital Oftalmológico Royal Manchester, que atiende a Freyah Rose, «la hipoplasia del nervio óptico afecta a aproximadamente uno de cada 10.000. Actualmente no hay cura«.
Las dificultades para el desarrollo normal son imaginables. Un mundo monocolor no es un mundo real; es un mundo amenazante donde los semáforos, las señales y claves son cromáticas. Es un mundo rebajado donde desde la función clorofílica a la belleza de un atardecer en Londres permanecerán incompresibles para esta niña en un paisaje diario sin referencias de colores. ¿Cómo celebrar un cumpleaños con globos grises? ¿Cómo atender en clase? ¿Qué quiere decir esta amiga que habla del color fucsia del vestido de su Barbie?
Parecidas preguntas-barrera se levantan en nuestras conversaciones y en nuestras Presentaciones en Público, porque quién padece de prejuicio intensivo, como si fuese una hipoplasia de la conciencia, estará radicalmente limitado para incorporar a su conocimiento ideas que permanecen para él o para ella incomprensibles: lo que para ti es brillo, color y esplendor para él para ella es y será gris, o será negro o será nada.
Lo cierto es que desde el que esto escribe hasta el más pintado arrastra no pocos prejuicios que nos alejan de una realidad digna de ver y contar como es, como ha sido hecha y presentada a nuestros ojos.
La buena noticia de este fenómeno personal de dimensión cultural frente a la hipoplasia del nervio óptico está en el pronóstico: gracias a lo que se ha llamado plasticidad cerebral, el prejuicio es curable con un tratamiento a base de lectura de clásicos y práctica entusiasta de la apertura mental y del esperanzado “vertical thinking”, por el quenos preguntamos: ¿qué otras opciones hay? ¿Qué finalidad tiene esta realidad desde quién la creó? ¿Estoy ante una opción o ante un dilema? ¿Se apoya mi decisión en fundamentos sanos?
José Ángel Domínguez Calatayud