Tomo prestada la entrecomillada primera parte del título de la exposición que Fernando Rubiales, que inauguraba ayer bajo esa bandera en la Sala Studio Hache en Sevilla (España). Esa bandera y el flamear en libertad de sus colores no sorprenden a quienes le conocen, aunque impacten como una ola sus valientes azules en el traje de luces del “El galán” –uno de los que más me han gustado – o te sientas llevado por los vértigos de los ojos de mujer en «Buenos días«, en «Jeanne Moreau» o en «Francois Hardy«, ambas asomadas a la ventana de este mundo de la lógica de la luz y de la forma cuando la absorbes de su contexto.
Qué bien se lo ha tenido que pasar Fernando en este trabajo de un año desde su anterior exposición. Unos meses tremendos, donde los espíritus se afilan y se estrechan para poder salir por el suave pelo de marta roja de sus pinceles de largo mango, doliendo y vaciando a su autor; meses en donde los espacios se saturan de la propia entraña con fuerte rojo percal, con cadmio o zafiro y los cuadros, las líneas y los recodos llenan de verdades acrílicas lienzos o papeles. Para reírse, en fin, de uno mismo y sacar al mundo los colores con sus collages de lápiz y tintas derramadas trepidantes en una transgresión inocente que esparce fragmentos de cuché sobre su Buñuel más recordado: “Viridiana”, “El discreto encanto”. ¡Hasta un increíble 3D! de perros y zapatos de tacón, que debería comprarlo Jimmy Chou.
Entre tantos amigos y amigas vagaba la blanca luz, repartiendo en espumas un sutil perfume de mujer emanado de los marcos para aromatizar la sala y brindarnos una visión probable de un mundo que se pone imposible.
Hasta el 13 de noviembre está abierta la exposición que no puede perdérselo uno en esta nueva iniciativa de Studio Hache acogiendo esta vez a Fernando Rubiales, querido por mucha gente que llenó el espacio de admiración, amistad y luminosidad. Enhorabuena de veras, amigo.
José Ángel Domínguez Calatayud