No sé que tiene la política que lleva a frecuentes meteduras de pata de sus protagonistas. Los reporteros, los cronistas parlamentarios y todavía más las cámaras de televisión y los micrófonos delatan a los presidentes en gestos y frases que, con toda probabilidad, no hacen felices a sus responsables de comunicación.
Una vez oí a un político decir que nada hay más mentiroso que una cámara fotográfica. Si uno se pone a seguir a alguien día y noche con una Nikon, venía a decir, seguro que podrá lograr una instantánea de su objetivo en un momento en el que hace un gesto por el que parece triste, malhumorado, cansado e incluso dormido. Prueben a poner en Google un nombre de político conocido y denle a “imágenes”: a parte de las fotos trucadas, el buscador le ofrecerá un muestrario de rostros como para retirarle toda confianza.
Sobre frases dichas a micrófono abierto que nunca debieron oírse el muestrario es para la antología del disparate.
En descargo de estos malos hábitos de nuestros políticos y gobernantes, hay que insistir en la idea de que están sobreexpuestos. Ojos y oídos muy entrenados los siguen con máquinas de captación cada vez más rápidas y sensibles, y así es difícil escaparse. Solo una buena educación en comunicación desde la raíz ayuda a algo esencial: tener presencia de uno mismo. Esto significa que uno sabe estar porque ha aprendido a ser.
Algo así parece que han vivido las mujeres de los presidentes que lo han sido, la del que lo es todavía y la de quien lo será a partir del 23 de diciembre.
Rompo lanzas a favor de estas mujeres de presidentes que son una muestra de elegancia y saber estar. Amparo Illana, Pilar Ibáñez-Martín, Carmen Romero, Ana Botella, Sonsoles Espinosa y Elvira Fernández Balboa aparecen como ejemplo de una dignidad de gestos y silencios – ¡que elegantes son casi todos los silencios! – que hacen ganar enteros a la Marca España y a la acción diplomática y política de nuestros gobiernos. Son escasísimas las salidas de tono y muy abundante y rico un mundo de reserva, de miradas, de lágrimas retenidas y sonrisas cordiales que merecen un minuto de admiración. No es sencillo acompañar día y noche el envite de los medios y la lucha partidaria que llega hasta el umbral de La Moncloa y, tantas veces, se cuela hasta su sala de estar.
España está de enhorabuena con la bella discreción de las mujeres de presidentes.
José Ángel Domínguez Calatayud