He atendido en lo posible el Debate de Investidura para la designación del presidente de Gobierno de España. Ha sido un “debate parlamentario” que, por otra parte, es lo que prevén las leyes. Siempre está bien cumplir las leyes justas. Al Parlamento (Cámara o asamblea legislativa) se va a parlamentar (hablando de dos o más personas “hablar o conversar con otra o con otras”).
Conversar es, probablemente, una de las actividades humanas con más carga de humanidad, es uno de las notas que más definen al Hombre como poseedor de ideas que comparte con otros congéneres.
El parlamento como acción humana se mueve en dos direcciones: una hablar y otra escuchar. Alguien dice algo que otro escucha para, a su vez hacer partícipe al otro de su pensamiento sobre la cuestión.
Después de algunas horas de audición de debate, tengo la impresión de que todos los que tenían su turno han hablado y algunos sobradamente. Lo que no es tan seguro, es que por la parte de escuchar hayamos asistido a la misma intensidad.
Y es que escuchar – no escucharse – es una conducta difícil de convertir en hábito. Exige un inicial silencio interior. Exige dejar fuera de las murallas a los prejuicios. Y exige, finalmente, separar tesis de la persona que la defiende.
Por eso quizás un día podemos pensar en un debate “escuchatario”, donde unos recibamos lo que nos dicen los demás para, si no es posible al final aceptar sus propuestas, podamos al menos compartir la dignidad de ese intercambio y de la debida atención prestada
José Ángel Domínguez Calatayud