Aquella tarde no pude resistirme. Era mi amigo desde hacía relativamente poco. Para mí era un bálsamo estar con él, simplemente porque transpiraba felicidad, también cuando las cosas no lucían bonitas. Así que aquella tarde de diciembre, tras un partido al acabar el trabajo, le pregunté.
.-Tú ¿por qué estás siempre tan feliz?
.- Hombre, no siempre… Como todo el mundo .- intentó evadirse con una respuesta general.
.- No: todo el mundo, no. ¿Qué haces para aparecer como si todo fuese a solucionarse enseguida?
.- Mira: no hay tantas cosas mal que tengan que solucionarse enseguida y, la verdad no es que parezca feliz, es que “soy feliz”.- terminó con una amplia sonrisa.
.- Pero ¿qué haces para serlo?
.- ¿Quieres saberlo? Nada especial, pero me va bien. Cada jornada sólo hago dos cosas. La primera, por la mañana, decirle que serviré y me portaré como Él espera. La segunda, al llegar la noche, decirle que no serví, que no me porté como Él esperaba, que me perdone, porque por la mañana tendré una sorpresa, un regalo.
.- ¿Qué regalo?
.- Pues, decirlo de nuevo que serviré y me portaré como Él espera en este día completamente nuevo.
.- ¿Y eso basta?
.- A Él parece que sí. Pero se le ve como más contento cuando más lo peleo.
José Ángel Domínguez Calatayud