El instante se llena de eternidad. El-todavía-no-es//ahora-sí//ya-no se inunda de plenitud. Llega el tiempo en el gozo que no tiene que acabar porque tiene que ser absoluto y ese absoluto va a ser en otro instante hacia el que no viajará porque se han acabado los instantes.
Esto es lo que parece que persiguen los jóvenes de hoy volando a velocidad de tuit por redes de tiempo real o, mejor decir tiempo irreal, porque, exactamente, apresados en lo virtual muchos se hallan fuera del tiempo, lo que les impide al final llegar a esa mañana de eternidad.
Sin embargo, «los ingenieros importantes están dominados por la estética, no sólo por la ingeniería” dice un esperanzado David Gelernter casi al final del artículo que sobre él escribe Holman W. Jenkins Jr para el Wall Street Journal.
Bienvenido a la realidad. “Welcome to the real world” (Morpheus, Matrix). Esta es la frase que temen escuchar miles y miles de jóvenes. Temor fundado en una desesperanza porque ahí fuera no es posible encontrar un trabajo ilusionante, una amistad más allá de amigote sin sustancia o un amor que no se quede en la epidermis inconclusa y ausente del menor atisbo del aroma de la eternidad estética. Incluso antes que ética.
Buscando esa eternidad de belleza Gelernter, profesor de la Universidad de Yale trabaja en algo comenzado, intuido en 1991: “lifestream”: un modelo de comunidad/comunicación informática en el que uno se encuentra en “un flujo cronológico de documentos que funciona como un diario de su vida electrónica; cada documento que crea y cada documento que otras personas le envían es almacenado en su ‘lifestream‘». Se llame como se llame, el ciberespacio tal como existe hoy necesita una puesta a punto”.
La fealdad caótica de la web le hace decir a este sabio: “es imposible imaginarse la web. Es una nada difusa enorme. Atravieso en puntillas sus rincones con una linterna en la mano”.
Hay como una nostalgia de la obra bien hecha, ansia de grandes cosas útiles y bellas y a la medida de un universo más humano. Del WSJ salto a Twitter y me encuentro a un joven preparado, buen profesional, que refiriéndose al tiempo de nuestro país se expresa así “Microsiervos poniendo cortos de hace eones”.
Las decisiones de los centros de poder no encontrarán su eficacia fuera de estas coordenadas donde los objetivos comunes y quizás los resultados – por buenos que fuesen- serán rechazados si operan al margen de una emergente Cultura Visual, que tiene sus propios códigos de comunicación.
El propio David Gelernter, en su libro “Machine Beauty”, hablando de lo suyo, del soft, afirma y es para creerle: “la belleza es más importante en el mundo de la computación que en cualquier campo de la tecnología porque el software es muy complicado. La belleza es la última defensa contra la complejidad”.
José Ángel Domínguez Calatayud