Última campanada: la Gratitud

No es porque el sol luzca solo en el cielo. Pienso en el fin de año como un momento especialmente apto para dar gracias, también por lo que ni vemos, ni oímos o ni siquiera nos planteamos.

Por ejemplo, mientras tecleo estas palabras, después de tantos escritos, qué poco he agradecido al descubridor de la matemática binaria, al chaval que en un garaje le dio por pensar en comunicar bytes, a los diseñadores, consultores de usabilidad, ingenieros o locas y locos de la vida que se dijeron “vamos a ponérselo fácil  a estos usuarios de letras profundas”.

Ya en la calle, en la civilización occidental, donde las sombras de la indecencia  y el egoísmo hielan no pocos corazones y las cartillas de ahorro de cinco millones de españoles,  escruto bajo la alfombra del diario padecer y veo asomar como gnomos sonrientes eventos, inventos, suspiros de luz que iluminan nuestro vivir. Evidentes tendrían que ser para nosotros los bienes de la Naturaleza que andamos empeñados en asfixiar.

Pero con algo de fe, venciendo el fantasioso realismo del pragmatismo hipercortoplacista podemos apreciar y agradecer, en el silencio de una plegaria, los bienes de la Sobrenaturaleza: filiación divina y fraternidad humana; tener alma y poder mirar las otras almas;  capacidad de contemplar sin levitar y acompañar a otros a que no se queden mirando el dedo que les señala el horizonte más infinito de todos los horizontes vitales. ¿No son casos dignos de gratitud, diaria, continua?

Este día que cierra el año de mares de corrupción política y de cacicadas, de revueltas transmitidas en directo por CNN y matanzas de adversarios, es también un año para estar agradecidos por las lecciones impartidas por esos males que por contraste nos muestran – si tenemos ojos en el corazón y conciencia – por dónde pasea el bien y darle las gracias al encontrarlo.

Esta noche de la última campanada suena en nuestro silencio interior una melodía de notas siempre positivas por las que damos gracias. No me digas que no.

No me digas que, si miras dentro de ti, no encuentras aquella lección de un buen maestro; no me digas que no has visto la blanquísima sonrisa nigeriana de Sandra pidiendo en la puerta de Mercadona;  no me digas que no encontraste paz escuchando a  Adele (We were born and raised in a summer haze, /Bound by the surprise of our glory days), mirando el recién nacido o soñando con él;  ¿Qué te duele? Ya, eso…, ¿pero tanto que no puedas agradecer los cuidados, las medicinas? Me parece increíble  – a ti también – que no des gracias al Cielo por ese montón de amigos que hiciste en este año, por aquel fino partido con gente bella o el efímero éxito de aquella tarde; efímero, pero gratificante. Casi como Alberto Cortez cantaría contigo “gracias  a la vida que me ha dado tanto”. Y si no, “siempre nos quedará el 2012”.

Conocí en persona a un santo – por cierto, siempre agradecido – que era amigo de las últimas piedras. Probablemente era también amigo de las primeras campanadas, esas que nos despiertan y nos ponen de bruces a la tarea que nos hará felices y quizás dará motivos de agradecimiento a los demás.

Querida amiga lectora, querido amigo lector gracias por estar ahí y que te suenen campanas de gloria en el corazón para este año nuevo.

 

 

 

José Ángel Domínguez Calatayud

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