No sé si es que porque soy de Bilbao, porque soy hombre o por ambas cosas a la vez , pero les aseguro que, desde los tiempos del colegio, no me gusta perder ni en el recreo. Llevo muy mal perder, lo reconozco; y llevo también regular empatar. Empatar me parece fofo, ni fu ni fa, mediocre, en dos palabras: in-suficiente. In-digno de Bilbao, podríamos decir.
Mas “la vida es así, no la he inventado yo” y hoy Antonio H. y yo hemos empatado en el primer partido del campeonato Match Play jugado hoy en mi Club frente a dos dignos adversarios: Manuel J. y José Luís C. El putt del empate metido por Antonio en el último golpe del último hoyo – sabiendo que daba un golpe de ventaja a todos en ese hoyo – ha sabido a gloria vestida de victoria y toda ella rellena de adrenalina con sabor a chocolate.
Antonio y yo terminábamos el hoyo 16, perdiendo de dos y sólo con dos hoyos por jugar. Técnicamente estábamos “dormi”, es decir, nuestros dignos competidores no podían perder; nosotros no podíamos ganar. Nuestra máxima aspiración por tanto era vencer en los dos hoyos restantes para, al menos, empatar el partido. Lo odioso se hacía deseable y, según la estadística, improbable.
Pero el golf es como la vida o, mejor la vida es como el golf: lo improbable en la vida pasa y, también en la vida, nos ocurre que lo que dábamos perdido vuelve a nuestro lado de forma incomprensible pero envuelto en una hermosura nueva.
El hoyo 17 lo ganamos Antonio y yo, gracias al golpe de ventaja del que gozaba yo y al fallo de un putt asequible en la otra pareja. El 18, se presentaba lleno de tensión, pero Antonio, con una mente siempre positiva, solucionó un fea salida con rebote en el agua del lago incluido, y de un soberbio golpe de 180 yardas desde el rough, dejó la bola a poco más de 2 pies y terminó con el birdie descrito antes. ¡Increíble!, pero cierto: nada está perdido, si mantenemos la calma, si seguimos el orden del juego, si nos concentramos en esa tarea concreta y, sin titubeos, vamos al objetivo.
No es malo perder. No es malo empatar. Lo malo es dejar de ser lo suficientemente honrados con la realidad para no querer conocerla como es. Lo malo es no reconocer en nosotros que a veces llamamos miedo a lo que no es sino pereza ante la obligación – ¡sí, obligación! – de mirar de modo positivo nuestra misión y acometerla con determinación.
Es cómo quedarse en niño añorando a la tata, a una Lady Laura que nos cuente “un cuento bonito y me hagas dormir”… “abrázame fuerte, hazme dormir…” y querer escuchar de ella en nuestra aflicción “ya verás que mañana las cosas te salen mejor”.
En una vida que busca la excusa o el adormecimiento, es preferible que si tienes que empatar empates, pero hazlo con la cabeza alta y hasta el último golpe. Porque hay empates que son victoria. Y sobre todo nada se pierde cuando se aprende – todos tenemos recuerdos- que lo perdido aparece a la vuelta de la esquina con diferente rostro.
José Ángel Domínguez Calatayud
2 respuestas a El Golf y la vida diaria (18. Empatar)