En mis desayunos de trabajo con mi amigo Ramón A., a primera de los sábados hora tratamos de lo divino y lo humano que, desde hace dos mil años sabemos que puede ser divino.
Entre las materias hay de todo como en botica. Ayer tocó ingeniería y los fenómenos asociados a los materiales. Una de esos fenómenos, referido en este caso a los metales y que invita a pensar en nuestras sociedades, ocurre en su interior y siempre se descubre demasiado tarde para evitar sus nefastas consecuencias.
Me detalla con paciencia Ramón que las tensiones internas que se producen en los metales durante alguno de los procesos a los que fue sometido, están en el origen de múltiples casos de oxidación y debilitamiento del metal. Es un tipo de desorden inapreciable: las pieza es en todo similar a otra en buen estado y pasa por una pieza de calidad. Pero… (ver fotografía de aguja PELTON)
¿No ocurre un fenómeno parecido en esas relaciones matrimoniales en las que en la superficie todo sigue igual – igual al pasado e igual que otras parejas – pero que pasan por una imperceptible porosidad de mal silencio, de incomunicación?
O fijémonos en nuestra sociedad occidental y pensemos en esos repentinos brotes de violencia en la escuela, primero episódicos – dos líneas en el diario local-, pero que irrumpen en nuestra casa por la ventana del televisor en imágenes de destrozos de un cajero automático a golpe de monopatín o en quema de contenedores de basura y coches de ciudadanos.
Y en nuestras empresas, en nuestras instituciones económicas o de colaboración, ¿por qué cuesta ver sonrisas, amabilidad, trato humano de un tono que merezca ese calificativo o simplemente hacer favores del cincuenta por ciento, de un sí o un no?
Las construcciones humanas son de suyo débiles, basta comprobar la corta duración de uniones estables y las quiebras de empresas. Pero esas debilidades no son congénitas en todos los casos.
Las empresas – también las familias, los noviazgos o los equipos de voluntariado – se construyen en el tiempo a través de procesos de crecimiento social. Es ahí como en la configuración del acero donde nacen tensiones. Los líderes tienen que estar atentos y aplicar el tratamiento de estabilización que corresponda. Así, podrán deshacerse, si es el caso, del agente de perturbación, o asumir un papel de mejora de las competencias para que no oxiden y rompan en la cara del cliente.
En el fondo de los ojos de nuestros colaboradores está la explicación, pero si no queremos a la gente nos falta el único espectrómetro capaz de hacérnoslo visible.
En los gestos, en las ausencias y en los silencios hay más datos que en las palabras para conocer la estabilidad interior y el orden fructífero que la vista y el oído fino de un buen director deben gestionar.
No es tan difícil, pero no es tan fácil, porque requiere pensar en algo distinto al cuadro macro o el estado de gestión, que ni sufren ni padecen. Pues, veamos el orden de oficinas, despachos, talleres, almacenes, laboratorios. ¡Se lo debemos! Escuchemos y después a actuar.
José Ángel Domínguez Calatayud
2 respuestas a Ayer, sábado sin fisuras