Si uno sólo lee los titulares de algunos periódicos, atiende las “breaknews” de cadenas que nunca tuvieron una concepción humanista del Hombre y escuchan ese tipo de tertulias donde la sombra negra y el enredo del ánimo se emiten como si fuera la sintonía única; si uno se encuentra luego a familiares, vecinos y conocidos cuyo único alimento espiritual es ese tipo de comunicación hemiplégica;
Si uno, finalmente, huyendo de lo anterior se refugia en una serie televisiva perfectamente hecha para sumir en la superficialidad las gemas valiosas de todo talento humano, puede uno, sí, descender a los sótanos de la desesperanza y quedar invadido de una nostalgia de bien, que da por indescifrable si lo hay e irrecuperable si lo hubo.
Pero resulta que ni titulares, ni breaknews, ni sombras, ni ruidos, ni hashtags, ni la mucha maldad que abunda entre nosotros ni nada de toda esa negatividad, llega a sumar algo más que el cinco por ciento de la realidad. Sí, son hechos, y algunos espantosos, dignos de condena y en todo caso de enervación.
Pero los hechos no son la realidad; forman parte de ella aunque no pocas veces para ocultarla, para disfrazarla, para hacerla vendible en el mercado de la mente abotargada cuando no corrompida. No vamos a negar el dolor porque el dolor es la realidad de muchas personas en hospitales, comedores sociales, hogares familiares, campos de refugiados, trincheras, iglesias o calles de regímenes en donde el poder se ha corrompido hasta el tuétano del esqueleto social. Y sin embargo, insisto, eso es nada y menos que nada en términos de existencia, de poder y de capacidad positiva de transformación, comparado con la Realidad.
¿Qué Realidad es esa con mayúscula capaz de dar luz, alegría y paz a un entero planeta? Esa realidad es la propia Humanidad en el preciso instante que, reconociéndose a sí misma como una Humanidad salvada se proponga desanudar la esperanza y dejarla correr por las venas de su palabra, de sus creaciones y de sus acciones congruentes con su dignidad. ¿De dónde han sacado la falsa imagen de que todo va mal y va a ir peor? ¿No es más cierto que el conjunto de bienes de la Tierra es y ha sido siempre más que suficiente para saciar hambres, desnudeces, inculturas y soledades?
Esta Humanidad salvada del error y la malicia – con males y errores, no obstante – es también un fuerza titánica enormemente más soberana, iluminadora y poderosa que los artificiales fuegos negros y fatuos de los angustiadores de hombres.
Naturalmente es así sin hacer mucho más; basta ese poco de darse cuenta del poder que poseemos para hacer el bien y hacerlo. Entre todos nuestros congéneres y sin ánimo de faltar ni en una mota a alguno, es obligatorio reconocer que los cristianos tienen la Esperanza; formalmente son los únicos que la confiesan como don recibido. En cualquier caso el Dador de ese don no parece que hiciese muchos melindres a la hora de distinguir con su amor y su compasión a todo humano viviente y aun muriente. Omnia bene fecit, todo lo hizo bien.
Por tanto, estamos de enhorabuena si junto a esa noticia de última hora de tensiones y desgracias, damos la esperanza al que tenemos al lado, por ejemplo con una sonrisa, o, en el caso de que esté en nuestra mano, resolvemos un problema o comunicamos una alegría, que las hay y muchas y bien hermosas y bien alentadoras de una generación oprimida por sí misma. Porque el bien es más común que el mal. Y más humano.
José Ángel Domínguez Calatayud