La sencillez de la verdad

Hablábamos días atrás de cómo el pensar que se conoce el significado de una palabra supone en muchos casos un obstáculo para penetrar en su  significado. Es pura ley del mínimo esfuerzo aplicada a la Comunicación. Concluíamos que se producía con esta conducta una ocultación de la verdad, sobretodo cuando el emisor emplea la fuerza de las emociones para fijarnos en lo que le interesa con desprecio de lo que las palabras significan; el ejemplo de la palabra “amigo” en Facebook valía por otros similares.

Pero en el Sistema de Opiniones Públicas Activas, o sea, en la SOPA, pueden detectarse otras patologías de la comunicación que los públicos padecen en cantidades epidémicas sin apenas apercibirse de su dolencia. Piénsese sin más en esas ficciones disfrazadas de documental, donde al lector se le cuenta una fábula con el formato de reportaje documentado. Entre las materias preferidas para emplear este engaño trucado de artimaña están la Historia y la Religión, sobre todo en esos aspectos en que o explicar la verdad resulta técnicamente inaccesible para el público poco instruido o dar fe de la verdad supone entrar en la polémica dando “tres cuartos al pregonero”, es decir ser uno mismo propagador del error. No hace falta insistir, pero mas de uno se acordará de esa novela se dicente apoyada en hechos reales, que vendió millares de ejemplares de su difamadora metáfora y cuyo autor se forró también con los derechos para el cine sin siquiera pedir perdón por difundir su ficción como algo bien fundamentado cuando en verdad ni había investigado ni quiso escuchar o ver las pruebas irrefutables de su patraña.

En estos días que vivimos en la comunicación, con los Facebook y sobre todo con Twitter el uso de la libertad de información, siempre defendible, degenera no pocas veces en abuso y en libertinaje, cuando sujetos sin conocimiento mínimo de un realidad vierten mensajes, a razón de 140 caracteres la unidad, sometiendo a juicio sumarísimo y sentencia firme de trendtopic a un político, a un banquero o a un científico, quienes en realidad son ejecutados así en la SOPA sin defensa real posible. ¿A quién demandar? ¿Con qué objeto?

Entre los medios de comunicación (prensa, televisión y radio) sí cabe, al menos, un ejercicio responsable de discriminación entre lo real y lo fantástico, entre la ofensa y el dato, entre lo verdadero y lo verosímil, para dotar de ponderación diferente a lo que pesa distinto.

El ejercicio del derecho a la información exige a todos, pero a los profesionales sin eximente, no dar valor de auténtico a lo que simplemente es masivo; ni tratar lo masivo como sinónimo de democrático, salvo que se quiera acelerar la muerte de la democracia y el estado de descomposición de lo verdaderamente humano. Nos debemos bastante más de respeto entre los humanos.

 

 

 

José Ángel Domínguez Calatayud

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