Entre los métodos pacíficos para llamar la atención que además no dañan la salud y, en muchos casos, mejoran el panorama artístico, cobran fuerza estos días los fenómenos presenciales de comunicación donde, más o menos según los casos, se expresa un cierta espontaneidad.
En mi tierra, cuando ni siquiera había radio y televisión, tuvieron su lugar en la fama del terruño los versolaris, que improvisaban versos y competían en ello con otros de la misma afición. Versificar es muy difícil; hacerlo con poesía además de rima está reservado para unos pocos, y si no que se lo digan a los seguidores de los raperos de barrio. Pero hacerlo en vascuence es extraordinario, como seguramente nos diría Jon Juaristi, de quien conservo sonetos maravillosos en eusquera.
Hoy se enlazan cultura de las pantallas – screen culture – y civilización de las redes – nets civilization – para armar otros llamativos intentos de comunicación donde es posible ver improvisación, espontaneidad y sorpresa: me refiero al fenómeno llamado Lipdub y al conocido como Flashmob.
Ambos tienen elementos comunes, empezando por su estructura artística de características típica de una performance, siguiendo por su joven personalidad y terminando por ser aglutinadores de grupos.
En cuanto esa caracterización de performance, Lipdub y Flashmob procuran aparecer como una, en principio, expresión efímera de sentimientos e ideas que esperar remover mientras dura gracias a poner su acento no en el objeto sino en los sujetos que actúan. No es lo que queda, es lo que son.
Flashmob y Lipdub son realidades jóvenes: ambas llevan escaso tiempo entre nosotros. Ambas, además, suelen realizarse por personas de corta edad. Sus directores y realizadores son de ordinario nativos digitales, héroes del carpe diem o del carpe instatem. Viven la imagen y la emoción con más intensidad que la palabra y la razón.
Y, por último, quizás fruto intelectual maduro de lo anterior, Flashmob y Lipdub requieren, buscan, ansían y logran aglutinar gente afín: son fenómenos aglutinadores, obras de arte efímero, pero de comunidad. Quizás por eso acaban siendo participados por “partícipes pasivos”, si se me permite la expresión, cuando sus autores suben las grabaciones a almacenes virtuales de internet – vía Youtube – para que sean vistos y comentados en esta y otras redes.
El Flasmob es esa coreografía con aire improvisado que un grupo numeroso de personas monta en un espacio púbico amplio, causando impacto tanto por su belleza artística como por su apariencia de espontaneidad. Se cautiva al público presente que a veces se suma a la fiesta y la capta en sus móviles o máquinas fotográficas.
En el Lipdub – término síntesis tomado del ingles “doblaje de labios” – se procura que los partícipes conozcan una canción lo suficiente como para simular que la cantan –play back – mientras a través de una toma continuada y única – plano secuencia- sus realizadores van recorriendo instalaciones diversas de, por ejemplo, una institución. Luego en el montaje se implementa como sonido la canción original, que dotará al conjunto de realismo y fuerza movilizadora. Es un formidable modo artístico de trasladar a la comunidad el estado de ánimo de una comunidad, una forma festiva de reivindicación y, en todo caso, una creación de belleza de portentosa eficacia y plasticidad.
La efectividad comunicativa de Flashmob y Lipdub reside en:
- La frescura de los protagonistas, ya que no es una improvisación pero la naturalidad de los artistas de debe llevar a parecer espontáneos.
- La radicalidad del tema, pues aunque se trate aparentemente de solo una presentación hay que transmitir algo – un mensaje, una razón, una vivencia – que tenga interés para un público y lo interpele acerca de realidades que le conciernen.
- La hondura del ritmo que lo vivifica, hasta el punto en que toque la fibra sensible o rasgue alguna cuerda emotiva y de simpatía de quienes son partícipes activos o pasivos.
Recientemente me ha gustado este Lipdub de más abajo, creación de padres, alumnos, profesores y personas del barrio del Colegio Altair de Sevilla. Desde su serena alegría cantan y bailan por la libertad para educar.
José Ángel Domínguez Calatayud