En unos pocos días de diciembre se han sucedido dos hechos singularmente reveladores acerca de la dimensión humana de la profesión de comunicar. El primero tiene como protagonista al New York Post que publicaba el pasado día 3 de diciembre, en portada y a toda página, la fotografía de un hombre de 58 años, Ki Suk Han , en el inútil intento de volver a subir desde la vía al andén de dónde había sido empujado; en segundo plano, pero terriblemente cerca, se ven las luces y el primer vagón del Metro que acabaría con su vida décimas de segundo después de tomarse la instantánea. Y en gran tamaño y cuerpo destacado una palabra «DOOMED» (condenado).
Por otro lado, el sábado 8 de diciembre, mientras tomaba el full british breaksfast en el hotel de Londres donde me alojaba, la BBC ofrecía sus breaknews y en cabeza la muerte de Jacintha Saldanha enfermera del King Eduard VII Hospital. Jacintha atendía la planta en la que estaba internada, la Duquesa de Cambridge en relación a unas molestias asociadas a su recientemente conocido estado de gravidez.
Esta enfermera de 46 años, madre de dos hijos y de origen indio, cogió una llamada telefónica dirigida a la princesa pensando que era de la Reina de Inglaterra y del Príncipe Carlos que se interesaban por su salud, sin percatarse de que las regias personas habían sido suplantadas y las voces del teléfono eran las de un par de DJs del programa 2Day FM, de la cadena australiana de radio Southern Cross Austereo. Al día siguiente murió; avergonzada de su torpeza y el público ridículo, se quitó la vida.
Se ha escrito mucho y bien sobre las dos acciones periodísticas. Por mi parte he seguido con interés ambas y mientras estuve en Londres me hice con una buena muestra de lo que escribían allí los medios; así mismo, pude percibir el shock que la repentina muerte de la enfermera produjo en la opinión pública británica.
Ante estos hechos, salvadas todas las intenciones, hay varias afirmaciones que me parecen apropiadas:
1.- Toda comunicación produce efectos; algunos de estos efectos son queridos; otros son probables y previsibles; en esta dimensión, por ejemplo, podrían inscribirse, los producidos por palabras de difamación que irán progresivamente haciéndose más y más ingobernables, como las plumas de una ave, desplumada entre la parroquia y el propio domicilio, como ya quedó patente en la narración clásica de la penitencia de aquel pecador de murmuración. Finalmente otros muchos efectos sobrevienen más allá de toda planificación.
2.- La magnitud de los efectos tiende a infinito con las redes sociales; los periódicos no son sólo papel; algunos incluso ni siquiera son físicos. Una foto impactante en primera página o una suplantación de personalidad en un programa de radio darán la vuelta al mundo en segundos; dependiendo de su relevancia, en minutos inundarán la red; durante horas serán trend topic en foros y por días y días objeto de chisme, atención y, ocasionalmente, de recreación. Internet no es una fusta: es un inmenso látigo de muchas cabezas crecientes, que bien pueden alzar hasta la cumbre del éxito a una naciente estrella de rock o, por el contrario, convertirse en dragón de millones de bocas devoradoras de crédito personal y aún del propio orgullo por existir.
“Devastated”, “truly appalling”, “deeply saddened” “humiliated” son algunos de los expresivos términos con que se pronunciaban este domingo familiares de Jacinctha y Lord Glenarthur, chairman del King Eduard VII Hospital, a raíz de la muerte de la enfermera.
3.- Por encima de la noticia, la persona es un bien en sí misma. Es el mayor bien; mayor incluso que las especies animales y sus crías, que el disfrute hilarante de amplios públicos o que el negocio a punto de quiebra. Un comunicador bueno no tiene duda: entre ser el primero o ser decente elige la vida y la honra del que sufre o del que puede llegar a sufrir inocente a causa de su mensaje.
Esto es delicado y no siempre los asuntos presentan diáfana la costura donde hendir el bisturí sin hacer un siete en el paño de la honra, la fe y la vida. Pero es su trabajo y debe hacerlo, so pena de quedar ante sí mismo ofendido y, lo que es más grave, en riesgo de abrir subsiguientes abismos en la propia estima y terminar dañando el valor transcendente del material que toca. Ese bisturí – pluma, cámara, micrófono o teclado de portátil – no puede desintegrar lo esencial: la verdad y la libertad no son divisibles ni separables sin que ambas se corrompan. Los que se preguntan sobre la diferencia entre un tuitero irresponsable y un periodista tienen aquí materia de reflexión.
4.- La Belleza, el Bien y la Verdad no dependen de estadísticas: son autónomos y anteriores al oficio de comunicar. Entre las tomas de postura difíciles de compartir está la de Rhis Holleran, director ejecutivo de la Southern Cross Austereo, quien en un comprensible intento de parar la avalancha de mensajes críticos recibidos – más de 21000 en sólo un día – afirmó: “las llamadas de broma en el oficio de la radio han estado ocurriendo durante décadas y décadas. No son algo exclusivo de una emisora, de una red o de un país, se hacen en todo el mundo”. (“Prank calls as craft in radio have been going for decades and decades. They are not just part of one radio station, or one network or one country, they are done worldwide”).
Cuando se hace radio uno puede equivocarse e incluso, haciendo las cosas con un cierta corrección, ser incapaz de imaginar la reacción de espíritus menos fuertes. Hasta aquí llega la comprensión; pero no parece ajustado a prudencia hacer depender la bondad de una acción –sea de un periodista o de un Jefe de Estado – de la mayor o menor extensión mundial y aceptación social de tal comportamiento. El siglo XX y lo que llevamos del XXI son testigos de crímenes y perversidades muy apoyadas por contemporáneos de sus protagonistas, sin que por ello alcancen a ser merecedores de apoyo moral. La mentira no muda en verdad por su aceptación masiva.
La existencia de una conciencia tiene precisamente la misión de iluminar y establecer el juicio acerca de la moralidad del acto. Si está rectamente formada su sentencia tiene ese algo hermoso que reconcilia al hombre con la sociedad, consigo y con el resto de bienes que debe dominar. Por ello, Michael Christian y Mel Greig, los dos locutores que hablaron aquel día por teléfono con Jacintha han comparecido para declarar desde su dolor que «no pasa un minuto en el que no piensen en la familia» de la enfermera.
También por ello, los profesionales de la comunicación tendríamos que escuchar permanentemente en el Metro de la propia vida el mismo persistente mensaje del Metro de Londres, atentos a no caer en la grieta de la humana insensibilidad: Mind The Gap. Mind The Gap!
José Ángel Domínguez Calatayud