No llevarás más las zapatillas rojas. No veremos tu rostro en la ventana de la biblioteca sobre las columnas de Bernini. La esclavina blanca no posará más sobre los hombros de tu blanco traje talar. No más encíclicas, ni mensajes ante la Asamblea de Naciones Unidas. No será tu voz dulce y sabia la que escuchemos otros miércoles de Audiencia General. Ni al bendecirnos llevarás en el anular el anillo de Pedro. No estarás este verano en Río de Janeiro con la multitud de JMJ. En unas minutos enmudecerán sobre ti las radios; en unas horas, las televisiones y, en pocas semanas para leer tu nombre no nos servirá la prensa de papel: habrá que acudir a un buscador de Internet. Ese Internet en el que fuiste el primer Papa en tener cuenta de Twitter y sobre el que abriste inexplorados caminos para tu mensaje.
Tus pasos, bajo otro techo, se harán primero silencio y después plegaria. Tu conciencia ha visto con claridad que tus fuerzas, que remaron vigorosas esta barca durante años y años, no siguen a tu voluntad en el deseo de sujetar el timón de la barca de Pedro rumbo a la Voluntad de Dios.
Y sin embargo te quedas con nosotros con lo que une a esta malherida humanidad: oración y trabajo. En eso permaneces joven entre los jóvenes para seguir tu servicio. Los enamorados y las madres de este mundo saben lo que vale la renuncia a algo por amor. ¡Cuánto debe valer esta renuncia tuya a la Sede por Amor! Dios te premie, Santidad.
José Ángel Domínguez Calatayud
Nota: El texto anterior ha sido amablemente reproducido en ABC de Sevilla, del jueves 28 de febrero de 2013, en la página 18. JADC