El silencio del Gran Reloj de Westminster

Se han oficiado las exequias por Margaret Thatcher, que fue Primera Ministro del Reino Unido desde 1979 a 1990. Era difícil que a su muerte no se realizaran movimientos de apoyo y se redactaran artículos laudatorios. Pocas personas marcaron tanto las décadas del final del siglo pasado. También era difícil que, de contrario, no se produjesen reacciones de tirante adversidad. Contra la Sra. Thatcher se ha llegado a  apoyar una  canción de «El Mago de Oz» que pronto alcanzó el nº 2 en las listas de popularidad. En ella se trata a la dignataria fallecida como la  bruja: “Ding Dong The Witch Is Dead”. Ya se ve que en lo de alancear muertos y otras miserias no hay un monopolio mediterráneo.

Cortejo fúnebre Margaret Thatcher

Cortejo fúnebre Margaret Thatcher

La condición humana ofrece ilimitadas posibilidades de cobardía frente a una minuta, necesariamente más reducida –sobre todo por su costo en sacrificio personal -, de actos heroicos. La cifra apocalíptica de los 144.000 rescatados significa algo incontable, aunque, por otro lado, seguimos sin saber cuantos millones yacen en la desesperación de sí mismos, a causa del rencor y sus variantes.

Se podría decir más. El alboroto no forma parte de la estética conservadora. Este detalle, al decir de algunos expertos, resta presencia pública a sus mensajes, y merma las posibilidades de lo que ahora llaman visibilidad. En una, Civilización de las Pantallas, o se te ve o no existes. Si no existes, nada tienes que decir.

Sin embargo, el alboroto tiene sus desventajas mediáticas, también cuando se usa para la defensa de causas pretendidamente legítimas. Se podría afirmar que la expresión ruidosa, masiva, invasiva de espacios, aires y tiempos tiene una frontera lábil que hay que conocer para que no se produzcan efectos negativos de rebote.

Los plastas, los pesados, los agresivos, los aburridos y los que lanzan piedras (el insulto megafónico es un sólido granito en la sien de la razón), pueden obtener firmas, pero no consolidar sociedades firmes que se respeten sí mismas. Por el contrario, ha prosperado mejor la gente apoyando durante más décadas una buena causa expuesta con serenidad y sin perturbaciones graves, que su opuesto.

La comunicación directa, la expresión viva, al aire libre y en libertad, es cosa sana y cualquier líder político debe saber en qué consiste y cómo se puede emplear en beneficio propio y de sus conciudadanos.

Lo mismo cabe decir de la presencia en prensa, de las comparecencias públicas y, ahora con inaplazable necesidad, la actividad inteligente en las redes sociales.

Lo decisivo, lo efectivo hoy es prestar atención a las consecuencias que la participación en tantos escenarios tiene para la mejora perdurable de la sociedad. De hecho veo con cierta perplejidad a personas que usan con profusión el término “sostenible”, venga o no a cuento, olvidarse que hacer perdurar en paz y en progreso una sociedad civilizada es una vocación a la que todos los humanos estamos llamados por el solo hecho de tener un espíritu dotado de razón y voluntad.

La algarada, el vocerío y abucheo podrán tener su rincón en la estrategia de Comunicación. El acoso, nunca: ni disfrazado de Caperucita.

El Big Ben guardó silencio

El Big Ben guardó silencio

La Cámara de los Comunes en pleno  – laboristas incluidos –  apoyó el otro día una moción para que hoy, durante el funeral de la Baronesa Thatcher of Kesteven, el reloj del Parlamento británico, el Big Ben de Westminster, permaneciese en silencio. Hago mías las palabras que tras el anuncio de esta medida pronunció el ministro de Gabinete, Francis Maude, quien, en nombre de los parlamentarios y de la familia, calificó el hecho como “un gesto muy digno y respetuoso”.

Hay silencios que hablan.

Margaret, Baronesa Thatcher of Kesteven

Margaret, Baronesa Thatcher of Kesteven

 

 

 

 

José Ángel Domínguez Calatayud

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