La verdad

La Historia presenta muchas preguntas sin contestación. Pero, sobre todas ellas, nos presenta una cuestión de la que quien la profirió no esperó la respuesta: aquella “¿qué es la verdad?” (Jn 18,28) que el quinto Prefecto de la Provincia de Judea dirigió a Jesús de Nazaret cuando en el interior del pretorio le interrogó a solas sobre las denuncias interpuestas por los dirigentes israelitas de Jerusalén. “¿Qué es al verdad?” dice en alta voz Poncio Pilatos para, inmediatamente, dar la espalda a la Verdad con la suficiencia y el estilo retórico del político escéptico, ese modo reconocible en quien ha puesto como supremo criterio de actuación, no el conocimiento de la realidad, sino la utilidad de la imagen que proyecta una realidad modificada para los propios intereses inmediatos.

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A mi Pilatos, aunque ridículamente supersticioso, no me parece un cobarde; tampoco un mentiroso, ni un injusto esencial. Al menos no más cobarde, embustero e injusto de lo que somos nosotros cuando, ni siquiera por pose cínica, nos preguntamos acerca de lo verdadero o cuando actuamos sin desear respuesta acerca de la verdad, su esencia y sus efectos.

Como señala Neil Gaiman en American Gods,Hay historias que son verídicas, en las que el relato de cada individuo es único y trágico, y lo peor de la tragedia es que ya la conocemos, y no podemos permitirnos el lujo de sentirla en profundidad. Fabricamos una concha entorno a ella igual que hacen las ostras con un molesto grano de arena”. La tragedia, pues, estriba no sólo en que no queramos saber la verdad, sino que no toleramos a fondo lo que significa y el empeño que pone en implicarnos.

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El asunto de la verdad es algo de cierta importancia para cualquier persona. Pero resulta central en quienes nos dedicamos a la comunicación en cualquiera de sus manifestaciones: en periodismo (investigación, producción, redacción, mediación y difusión); en relaciones públicas, comunicación empresarial, marketing, publicidad, arte y en todo el amplio espectro de la Cultura Visual. La verdad es un bien estratégico.

Hace unos días leía una afirmación de la escultora y pintora Hortensia Nuñez-Ladevéze que puede producir prima facie cierta perplejidad, como si en ella se contuviesen expresiones insólitas, que nada tuviesen que ver unas con otras: decía así la artista: “El arte soporta todos los defectos menos la mentira. En el momento en que hay mentira, desaparece, no existe. Si no existe la verdad, no existe la belleza. El arte aguanta muchos defectos del artista. La mentira la devuelve”.

Bajo esta orientación, es probable que Pilatos no fuera capaz de pintar ni un círculo, ni de esculpir por sí mismo una cruz, tal era la damnatio memoriae decretada sobre su propia integridad. Su retórica pregunta de aquella mañana acabó por poner en evidencia esa espesa negrura sobre la luz de fondo de quien era la Verdad.

La verdad – adecuación de las expresiones y conductas a la realidad – podrá devenir inabarcable, pero no menospreciada o ignorada, para el que tiene la responsabilidad de comunicar. El que escribe, quien habla ante un micrófono o mira de frente a la cámara de televisión, quizá sólo alcance a comprender una parte de la realidad y aún ésta biselada por sus prejuicios, pero, con permiso de Núñez-Ladevéze, podemos decir que si la infomación contiene mentira, entonces desaparece, no existe: ahí no hay noticia. La realidad se la devuelve y la persona-comunicador comienza a desintegrarse – a perder integridad, corromperse – desde dentro.

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La verdad podrá ser inabarcable, pero es inevitable. Es constatable que se han acortado los tiempos disponibles entre investigación de los hechos y su difusión al mayor número posible de personas. Ello, junto a cierta relajación educativa, está en el origen de otro desvío de la verdad diferente de la cruda mentira. Somos víctimas del error. Los moralistas distinguen entre error vencible y error invencible. Los profesionales de la información distinguen entre hecho contrastado y sin contrastar. La noticia verdadera es aquella que no engaña ni se engaña, la que, sin limitarse a los hechos y su contraste, aproxima a las orillas de lo comprensible por los públicos un hijo inconfundible y legítimo de la realidad.

Contar historias, escribir guiones, hacer visible la belleza interior de los acontecimientos,  no  disfrazar la maldad de escéptica indiferencia – ¿qué es la verdad? – y plasmar sin fallos lo relevante de la realidad es algo exigente. Por eso no todos pueden comunicar.

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Pero pocas cosas son tan bellas y transformadoras como esa de hacer visibles los mundos reales y las creaciones artísticas a públicos capaces de apreciarlos. Esto autorizaría al comunicador a interrogar al mismo Pilatos: Poncio, ¿Quién es la Verdad?

Escultura de Hortensia Núñez-Ladevéze

Escultura de Hortensia Núñez-Ladevéze

 

 

 

 

 

 

José Ángel Domínguez Calatayud

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