En un vagón del Alvia siniestrado en Santiago suena un móvil que nadie responde. Imposible no recordar aquellos móviles que nadie descolgaba en otro tren. O el duro momento de quien escuchó una voz inesperada que adelantaba el dolor presentido. En la era de las comunicaciones, pocas cosas deben ahogar tanto como la persistente llamada sin la respuesta de la persona querida. El hábito, fuertemente enraizado, de obtener inmediata contestación a nuestras llamadas abre un abismo de congoja ante la ausencia – dolor y silencio – de esa voz amada que tendría que responder al instante. Qué nudo en la garganta, qué presión en las sienes y en los latidos ante minutos tan eternos, tan mudos. En las madrugadas urbanas muchos padres marcan el teléfono ansiando oír enseguida la voz del hijo o la hija en la noche de movida. La plegaria se eleva sola ante estas montañas de amor humano convertidas por las ondas en abismo de soledad en Santiago y en tantas casas de familia. Qué Dios los abrace.
José Ángel Domínguez Calatayud
Nota: Este texto ha sido publicado amablemente en ABC de Sevilla de 25/07/2013, página 18