Tiene su qué el nombre del telescopio que ha descubierto el lugar más frío del Universo: se llama ALMA. También da para pensar que ese punto álgido del Cosmos con sus -272°C lo hayan encontrado tan lejos de la tierra: a 5000 años luz. ALMA ha mirado fuera de nuestro planeta: nos da consuelo saber que las almas de la tierra tienen más temperatura que Boomerang; así han llamado los astrónomos a esta nebulosa con la forma del arma australiana de caza que vuela, golpea y vuelve.
Sobre el nombre del telescopio nadie sospeche intenciones transcendentes más allá de la transcendencia que ya tiene por sí misma la Ciencia cuando es servicio al Hombre, buscando la verdad y adhiriéndose a ella sin neutralidades ni componendas de corrección incorrecta.
ALMA es acrónimo formado por las iniciales de Atacama Large Millimeter/submillimeter Array, proyecto de varias naciones de Norteamérica, Europa, Asia y Chile. No es espíritu simple sino complejo; sus rostro, con 60 antenas circulares como grandes ojos metálicos que nunca parpadean, afronta el firmamento desde la llanura desierta y chilena de Atacama.
Curiosa también la proximidad del descubrimiento con la fecha destacada en las siguientes líneas que abren el documento inaugural del proyecto ALMA:
“Dedicamos la investigación a nuestros Abuelos, que un día partirán de este mundo atravesando el Río que está en el Cielo para convertirse en estrellas, siempre cobijados por el amor y la luz de nuestra Madre Luna. Aquí en la Tierra estaremos esperando por ellos: el día de Todos los Santos será el momento de encuentro entre la vida y la muerte, entre el Cielo y la Tierra”.
Se comprende que la poesía, la pasión de infinito y las ansias de perdurar no están allí en las estrellas desconocidas y de brillo helado, sino en las almas que aman, como lo saben las leyendas de la llanura de Atacama. Si no, ¿cómo poder dar significado al calor del corazón? ¿Cómo desconocer que una sombra abrigue la proximidad?
La leyenda dice que en ese desierto chileno dos volcanes sagrados, Laskar y Likan Kavur se enamoraron de la femenina montaña Kimal. Fue Laskar quien comenzó a cortejar a Kimal. Kavur quiso aprovechar la ventaja de su proximidad para conquistar a la chica y estalló la rivalidad. Jurikes, volcán como los dos varones se interpuso para cortar la pretensiones de Likan Kavur y del golpe que recibió perdió la cabeza, quedándose como se le ve ahora con la cumbre extrañamente plana. Intervino la Madre Naturaleza y apartó lejos a Likan Kavur abriéndose por ello una gran llanura. Pero al ardor del amor de Kimal le vino en socorro el propio Sol: cada solsticio de primavera la sombra de ella se alarga hasta acariciar el pie de su amado Likan Kavur.
