Ofrece The Newyorker esta semana un reportaje – Along the Hundredth Meridian – con la firma de Thea Traff sobre la exposición en la Yancey Richardson Gallery de una colección de fotografías de Andrew Moore bajo el título Dirty Meridian.
El citado Meridiano 100 transcurre por seis Estados del Medio Oeste de America del Norte, ese amplia linea que suele entenderse divide la mitad occidental árida de las grandes llanuras de las regiones más fértiles al Este.
Las imágenes de los paisajes, y hasta las de las personas como la de “Uncle Teed” captada en Sioux County, transmiten silencio muy expresivo.
O, más que expresivo, comunicativo de que el silencio se había expuesto ahí como llamada necesaria a la soledad interior para invitarla a hablar.
Cada vez hay más posibilidades de conexión y la televisión te informa de hechos como el Balón de Oro, la tragedia de una bomba o el detritus del alma corrupta, y lo hace con una explosión de ruido informativo – mediático – suficiente para anular por hundimiento perplejidades, dudas, emociones y enfermedades cercanas. Y para hacer también, que lo que debería sernos próximo – alegría y dolor del otro o la otra – acabe ajeno por pura saturación.
El silencio no es lo nuestro, no lo fue antes, no lo será después a menos que superemos el miedo a que nos interrogue. Bien lo señaló Giovanni Papini cuando nos descubrió la música, como defensa del miedo: “el silencio pesa, atemoriza. Hasta el caminante, cuando se encuentra solo en la campiña nocturna y silenciosa siente la necesidad del canto, es decir de la música, para confortar su terror«.
A los líderes de mañana los tenemos hoy con los oídos taponados con la iPod u otro dispositivo; y sus ojos en las pantallas para, acaso sin saberlo, disolver los miedos a una realidad que les interpela.
Sin embargo es posible que esa tecnología la hagamos compatible con la contemplación estimulante de la imagen sola, del paisaje desnudo o del propio silencio de dentro del corazón. La sociedad de la imagen es una oportunidad para comunicar diálogos que se inician en el silencio y continúan en la mirada de otra mirada. Salvo que hayamos preferido sustituir la capacidad de vivir acompañados por la de morir solos con una pantalla entre los dedos.
Sumergirse en el “Mar de Niebla” pintado por el objetivo que sujeta la mano de Andrew Moore puede ser un comienzo para remar en los remolinos de las propias capacidades.
Idea fuente: cultura es hoy hacer compatibles pantallas, mirada, diálogo y compasión.
Música que escucho: «The Sound of Silence«, Simon & Garfunkel (1964)
José Ángel Domínguez Calatayud