El consenso o la vida

En aquella casa no había consenso y por eso dejaron morir al abuelo.

Abuelo y vida

Abuelo y vida

Aunque se precipitó en las últimas semanas, todo empezó hace muchos años. Mucho antes que un domingo, 20 de noviembre. En la reunión familiar se debatía qué hacer ante un escrito del vecino del segundo izquierda en el que se quejaba de que los ronquidos del “viejo” – así lo llamó – no le dejaban descansar a la hora de la siesta. La queja había sido presentada por escrito y en términos bastante razonables.

El confort y el relax de las ciudadanas y ciudadanos es un derecho. Y eso era cierto. Nadie tiene la obligación de soportar violentas agresiones contra su sueño. Eso parecía también muy razonable. Si el origen de los ruidos humanos molestos no cesa, los ciudadanos y ciudadanas deben tener a su alcance herramientas para que se respete el derecho al propio descanso. Claro, sin herramientas no se puede hacer nada, eso es cierto y extremadamente práctico.

¿Todos de acuerdo?

¿Todos de acuerdo?

En síntesis, terminaba el comunicado del vecino del segundo izquierda, o cesaban los ruidos broncos del resuello del viejo o el firmante y sus otros vecinos y vecinas se verían obligados a poner una querella por mal trato psíquico. Si la querella prosperaba ellos se quedarían sin casa. Ya les había pasado lo mismo hacía unos años con la abuela: aquello los dejó viviendo en la calle siete años. Y fuera hacía mucho frío.

Pero esta vez el cabeza de familia había hecho los deberes y aquel domingo de noviembre, se había ganado el favor de los vecinos y vecinas prometiendo a todos el oro y el moro. A bombo y platillo, muy crecido anunció que el Abuelo tenía derecho a la vida, pues sólo ronca nueve meses cada pocos años. Esto pareció soportable a buena parte del vecindario, sobre todo desde que aseguró que además a su costo arreglaría el ascensor que llevaba hasta la terraza pomposamente llamada «Europa»: allí podrían todos disfrutar de la compañía de distinguidos huéspedes y disfrutar de un paisaje único, imposible de ver desde el propio piso de cada cual.

La vida saldrá adelante

La vida saldrá adelante

Pero de eso hace tres años. Los vecinos ya disfrutan de la terraza Europa, pagando un poco, eso sí.

Ahora ha vuelto a escucharse al vecino del escrito. También ha llegado otro joven que se ríe de lado y ha compuesto un rock que canta por la escalera: todos se saben la letra en la que acusa de mediocre al del escrito. Total, que no hay consenso. Y el abuelo vuelve a roncar. Dicen que suena más fuerte, pero yo pienso que no es el abuelo, que son las paredes.

Aprendiendo la vida

Aprendiendo la vida

El caso es que la nieta pequeña hacía los deberes con el abuelo y ahora está llorando. La esposa, hija del abuelo, estaba a degüello con su marido por siquiera pensar en eliminarlo y amenazó con irse de casa. Pero se ha quedado, ¿a dónde ir? El chico mayor juega a la play; el abuelo era guay, pero ya estaba mayor y tenía una habitación con wi-fi que no sabía aprovechar. A la hija joven los auriculares que parecen florecer de su misma cabeza le impedían participar en los debates de “El caso del Abuelo” con asiduidad. Además, hay que entenderla, ella, a su modo es muy solidaria con los animales y andaba muy metida en defender a los toros contra la humana crueldad.

El día señalado por él mismo, a las doce del mediodía, el cabeza de familia informó al portero – nada de reunir a la familia – de que el abuelo iba a estar muy enfermo. Vamos, que estaba ya a morir. Después de su comparecencia estornudó bajito para no molestar. Y se fue a Perú.

Desde entonces el Abuelo tenía menos comida en el plato. También menos vino, que produce gases. Tampoco merienda. Una semana después el hijo mayor se asomó al cuarto del Abuelo y le apagó la tele, porque no le dejaba estudiar, aunque, la verdad nadie le ha había visto coger un ningún libro.

El Abuelo callaba porque tenía ya la cabeza ida y le quedaba sólo un hilo de voz. Ahora no tiene ni voz: al parecer en esto del consenso no tienen sitio sus sentimientos ni su opinión. Tampoco su vida.

El hombre del consenso ha vuelto de su viaje y pregunta por la niña más pequeña. No se la ve por la casa. Hace días que no está. Miran en su habitación y al mover el libro de los deberes una octavilla con su letra cae sobre el escritorio. Aquel garabato escrito al dictado del Abuelo es todo lo que quedará de ella: “pon en el ciprés un nido, verás si es triste después”.

Idea fuente: la vida es un principio

Música que escucho: Need you now, Lady Antebellum (2010)

140923 ciprés

 

 

 

 

José Ángel Domínguez Calatayud

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