El Imperio Romano llamó al Mar Mediterráneo con el posesivo “Mare Nostrum”, que denotaba claramente su dominio absoluto sobre aquella vasta extensión de agua.
Poner nombre es una actividad propia de los poderosos y de los enamorados. Éstos también de alguna manera hacen suya – exclusiva – a la persona amada renombrándola con una palabra que es para ellos la única palabra que entonces tiene un valor sobre todo lo valioso. Él se llama con el nombre que ella le ha puesto. Ella es única gracias a que nadie más usará ese apelativo cariñoso con que él le llama. La aceptación del nuevo nombre es una manifestación más de íntimo compromiso y recepción de la otra persona en ese corazón que ha llegado a invadir la mente y sus potencias.
En el caso de los poderosos, también de los propietarios, el nombre puesto es la señal de pertenencia. Es históricamente comprobable la existencia de territorios que son llamados con diferente nombre según sea quien hable: la Constantinopla cristiana es ahora el Estambul turco; Las argentinas Islas Malvinas se llaman Falkland Islands mientras ondee allí la Union Jack.
Roma puso nombre a las cosas, a las tierras y a los mares conocidos porque su portentosa fuerza se lo permitió. Y así quedó el apelativo de Mare Nostrum para designar toda agua marina que le separaba de Asia Menor y del Norte de África. Sobre sus olas cabalgaron ejércitos, se transportaron especias, grano, piezas de arte y una lengua ordenada y culta. En ese “nostrum” cupieron en una época Cultura, Poder y Derecho.
Con la tragedia de cerca de mil muertos en un sólo naufragio de una nave llena de emigrantes que huían de Siria, Libia, Egipto y del hambre se ha levantado una monumental necesidad de rebautizar al devorador piélago como Mare Mostrum: un monstruo apellidado Ignominia. Ese barco, último hasta ahora de una larga serie, hundido con centenas de almas y cuerpos míseros, asustados, hechos mercancías, ha sido deglutido por el mar; pero lo que el mar se ha comido es lo que nosotros ya habíamos tirado a la basura: el sentido de unidad de todos como hijos de Dios. Como ha dicho el Papa Francisco “son hombres y mujeres como nosotros que buscan una vida mejor, huyen del hambre, y están heridos, perseguidos o son víctimas de la guerra”.
Desde este punto de partida, sí puede devolverse el nombre al Mediterráneo y llamarlos Mare Nostrum de nuevo, pero no con un sentido de exclusivo dominio político, sino con la proyección inclusiva de los enamorados. Cabemos. Sí cabemos a las orillas del mar si somos capaces de ordenar las orillas de la Humanidad. Esto implica una generosidad de medios, una fortaleza frente a las mafias de trata de personas y un hondo sentido del orden internacional. O esto o hijos de la ira.
Idea fuente: Mare Nostrum: cabemos
Música que escucho: Miserere mei, Deus, Gregorio Allegri (Siglo XVII), por el coro del New College (Oxford)
José Ángel Domínguez Calatayud