«Tell me, will you stay or will you run away
I need you here
I need you here to wipe away my tears
To kiss away my fears
If you only knew how much»
Run to you, Whitney Houston
Estaba para escribir este texto cuando veo entre los trend topics uno que reclama mi atención: #Whitney Houston. Efectivamente se trata de la difusión masiva de tuits tras la muerte de Bobbi Kristina Brown, hija de la famosa cantante. La única hija de 22 años de Whitney Houston y Bobby Brown había aparecido el 31 de enero inconsciente en la bañera de su casa. Fue trasladada enseguida a un hospital. Su vida se apagaba en un largo coma de seis meses. Dura vida, corta vida, horrible vida de oro y soledad de alguien que lo tuvo todo. Había sido la hija única – ¿sola? – de quien llegó a serlo también todo en la música rithm and blues, pop y soul.
Este domingo del adiós de Bobbi Kristina el Bodyguard no estaba de turno. Tampoco se le esperaba el 11 de febrero de 2012 cuando su madre moría por causas desconocidas en una bañera de un hotel de Beverly Hills.
Mientras las redes desatan los diablos de la murmuración y del desatino – alguno lo llamará humor negro y ejercicio de la libertad de expresión -, también se producen textos de conmiseración. Pero siempre acaba uno pensando con Gustavo Adolfo Bécquer “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”.
Y entre los vivos, ¿qué está pasando con la soledad? Me sorprendía esta mañana un titular de un periódico andaluz (ABC de Sevilla, lunes, 27 de julio) que decía “Crece el número de personas que viven solas en Sevilla”. La información, firmada por M.D. Alvarado, con datos del INE constata que el 26,21% de los hogares de la ciudad eran en 2014 de una sola persona. Esta cifra ha crecido 2,57 puntos porcentuales desde 2010, y 1 punto en sólo un año.
Para el conjunto de España, la web del INE cifra en más 4,5 millones el número de hogares unipersonales: 2.681.400 menores de 65 y 1.853.700 mayores de 64 años.
Que más de una cuarta parte de los hogares de residentes de una de las más cordiales ciudades de España sea de personas solas, y que en toda la nación el número de robinsones supere de largo los cuatro millones, nos pone delante los motivos y, sobre todo, la cuestión de cómo suplen la necesidad básica de comunicación estas personas que viven solas.
A este lado del poético y sugerente sentido del soliloquio de Antonio Machado – “quien habla solo, espera hablar a Dios un día” – está la realidad de que muchos jóvenes y mayores no sólo no tienen quien les escriba, sino que tampoco tienen quien les hable. Peor aún: carecen de quien les escuche.
El Barómetro Audiovisual de Andalucía (BAA), trabajo anual del Consejo Audiovisual de Andalucía (CAA), ofrece en su edición de 2014 datos de interés, también en esta cuestión. Mientras la media de horas diarias de televisión por persona andaluza está en 3:07 (horas:minutos), en el caso de jubilados y pensionistas se eleva a 4:17 (4:42 en los que no tienen estudios); para las personas dedicadas a labores del hogar mayores de 55 años la cifra es 4:18. Probablemente es en estos segmentos de población de edad donde se siente la soledad, más heladora quizás cuando su frío ocupa el lugar de la compañía perdida.
El artículo citado más arriba alerta sobre lo que viene a ser lógica consecuencia de la “glaciación demográfica”: cada vez nacen menos niños, pero hay más hogares. Me pregunto si estos hogares son de gente mayor que se comunica más de 4 horas diarias con su televisión.
Pero, curiosamente en el BAA 2014 se detalla que de toda la población consultada sólo el 3,7% dice ver la televisión “para combatir la sensación de soledad”; de este grupo, el 30,9 % lo constituyen hogares unifamiliares.
Quienes “hablan” menos con la televisión son los internautas; un 36% emplea las redes como “una forma de relacionarse con otras personas a distancia”. Subrayaría esta última palabra – distancia – con la intención de invitar a reflexionar sobre soledad y distancia. Y me acuerdo entonces de lo que ella me dijo en aquella despedida: “sólo están lejos las cosas que no se saben mirar”.
Bobby Kristina tenía el día de su muerte 186.000 seguidores en Twitter; ella seguía a 805. El perfil «Bobbi Kristina (Houston)» de Facebook reunía a más de 280.000 “amigos”…Quizás también están lejos las personas a las que no puedo abrazar, escuchar y hacer sonreír a mi lado. Porque comunicar se conjuga en el corazón con el tiempo verbal de la mirada. Por eso la familia – cuando es hogar de más de uno – es escuela de comunicación.
Bobbi Kristina Brown ha sufrido esta ausencia. Y Whitney Houston lo sabía: “Cuando decidí ser cantante, mi madre me advirtió que estaría mucho tiempo sola. Básicamente todos estamos solos. La soledad viene con la vida”.
A la vista de algunas biografías parece más exacto que la soledad acaba con la vida.
Idea fuente: el roce real y concreto de la familia como escuela de comunicación
Música que escucho: «Ma solitude«, Georges Moustaki (1969)
José Ángel Domínguez Calatayud