«Soy viejo, no obsoleto” leo en iCmedia que dice Arnaldo Schwarzenegger, quien a los 67 años vuelve a dar vida a T-800 en la quinta entrega de Terminator. (Terminator: Génesis, 2015)
Nos acordamos los más maduros de aquel “no problemo” con el que despachaba enemigos el entonces joven actor. Lo mismo aprendía a conducir una gran moto en un pis-pas que disparaba un fúsil con una mano o miraba el horizonte con un ojo rojo de ordenador despistado.
En Occidente, la suma de mejora de la salud y empeoramiento económico han consolidado la dignidad de un grupo grande de personas que pueden reconocer que son viejas, pero que, como el actor americano, no son ni se sienten en absoluto obsoletas. Al contrario, han sido unos brazos a los que acudir en tiempos de tribulación y mudanza.
El adjetivo “obsoleto, ta” lo define el diccionario de la RAE con dos acepciones: 1.- Poco usado; 2. Anticuado, inadecuado a las circunstancias actuales. Las personas de edad en la actualidad no son (ni han sido) algo sólo material y de consumo que hayan sido objeto de uso.
Y en cuanto a que sean algo anticuado o inadecuado a los tiempos que corren tampoco puede afirmarse sin más. Más bien parece que esta sociedad, en muchos aspectos haya alargado más la mano que la manga y encuentre desnudo su brazo en no pocos aspectos de su carrera existencial.
Una generación como la nuestra que desprecia a los “afterforties” (algún mini-mesías los ha expulsado directamente de la política) está cometiendo un error consistente en echar fuera valiosas existencias, experiencias y valores que harán falta para seguir adelante.
Tantos brazos extendidos sin mangas que cubran sus insuficiencias habrán de pensar que los poderes – sean webs, blogs, periódicos digitales, edificios de colegios, oficinas de consultorías o consejos de administración – no componen todas las fuerzas que alcanzarán la misión de que se trate.
La cultura muestra una sabiduría: somos enanos a hombros de un gigante. Es la Historia. En los más mayores de entre vosotros hay un acervo de conocimiento que la juventud puede – debe – aprovechar para relanzar al mundo a su última frontera cualquiera que esta sea: es un combustible de inteligencia y afecto imprescindible para crecer sin perder las raíces, para ganar el espacio sin perder el tiempo.
Hay algo imperecedero en estos héroes veteranos, en esas heroínas, madres de tanto joven encumbrado, que sólo una sociedad insensata y algo suicida puede abandonar a su suerte.
La familia, con los padres y con los abuelos, es un recinto donde cobran valor las cosas valiosas, donde se redimensionan los problemas, donde se endulzan las amarguras y, más que nada, donde puede aprenderse que nada hay más obsoleto que creerse superior por tener menos edad o dominar más aparatos. El dominio de uno mismo, por ejemplo vía donación de sí, encuentra en el hogar familiar el mejor campo de ensayo. Y de eficaz realización.
Quizás la sociedad actual no esté necesitando tanto un John Connor, que se rebele contra el dominio de las máquinas sobre los humanos, como un Usted-y-Yo que no nos traguemos cualquier dogma de lo políticamente correcto y que digamos las cosas simplemente como son: con amabilidad, por supuesto, pero como son.
Aquí va una: nadie es desechable, ni embrión ni viejo.
Idea fuente: soy viejo, no obsoleto
Música que escucho: In memoriam de Omar Sharif, “Tema de Lara”, de Maurice Jarre (1965) de la película Doctor Zhivago, basada en la novela homónima de Boris Pasternak, de la que el fallecido fue actor principal junto a Julie Christie.
José Ángel Domínguez Calatayud