Eyes wide open
Up in front me, see the world as though I’d never seen her before
And I scream aloud that I’ve found my home
That I won’t be lonely anymore
(Safe House, The Boxer Rebellion)
Por motivos familiares y de amistad he visitado muchas veces la Clínica de la Universidad de Navarra. Sobre todo la frecuenté en los años en que estudiaba Derecho en ese campus.
Veo en los medios y en las redes que ese centro médico es objeto de atención por el intento de las actuales autoridades navarras de no renovar acuerdos para que en él se presten cuidados y salud con fondos públicos.
Esta medida y el artículo «Por el acuerdo en beneficio del Sistema Navarro de Salud«, cuidada respuesta comunicativa de la Dirección de la Clínica, me han hecho recordar una amena charla a la que asistí hace mucho años. La ocasión era una reunión de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra. El ponente el Director de Comunicación de esta institución universitaria, un sevillano muy fino y con una gracia aún más fina. Con especial simpatía y el bisturí de ejemplos concretos, vividos con enfermos y ciudadanos de Pamplona, supo distinguir entre servicio público y servicio “al” público.
No tengo ni la gracia ni la facilidad expresiva de aquel inteligente profesional de la Comunicación como para repetir el argumentario y los ejemplos. Pero si tengo memoria, poca, y experiencia, algo más.
Hoy en la sociedad y en la política españolas está fuertemente instalado lo de servicio público. Estoy menos convencido de que tenga la misma dilatada extensión la idea de servicio al público. Y es raro. Lo es porque de la boca de líderes de opinión apenas se caen palabras como “gente”, “ciudadanos”.
Público, gente, ciudadanos, familias, ¡personas! son por naturaleza el destino de la acción pública cuando se dirige al bien común. Sin embargo, en el imaginario social y político se ha instalado un tic por el que para que un actividad sea servicio público, debe estar dirigido por un órgano, instancia o partido político.
Si usted tiene un taxi y lleva a una familia a ver a la abuela; si usted tiene un colegio y enseña a pequeños ciudadanos unas materias y unos hábitos para que sean colaboradores sensatos de la comunidad, o si usted gestiona un hospital para curar y cuidar enfermos, usted está dando un bien a la comunidad y, por tanto, prestando un servicio al público aunque el taxi, el colegio o el centro médico no estén regentados por personas designadas por los poderes públicos.
Una sociedad que ame la libertad debería favorecer la aparición y despliegue de muchas entidades que sobrevengan a necesidades públicas y que, dentro de las leyes, complementen servicios de titularidad pública.
Amar este tipo de altruismo es comprender que la gente no es el Estado y que si funciona y no es más gravoso, permite a la Administración liberar recursos con los que atender otras necesidades. Por ejemplo, como ha sido publicado, en el caso de la Clínica Universitaria de Navarra, cada paciente que este centro atiende del sistema de salud cuesta al erario público 719 euros, frente a los 1200 que cuesta en un hospital de titularidad pública de Navarra.
Pero sobre el económico, que es importante, hay un argumento humanitario y utilitarista a la vez: las personas son cuidadas con esmero y atendidas con competencia y recursos que les hacen más felices.
Comprender que el centro de una comunidad es cada persona individual y su familia dota al debate sobre el servicio al público de una dimensión humanista resplandeciente, ante cuya luz tendrían que apagarse prejuicios. Si hay esa luz, si es menos costosa y rinde efectos de mejoría física y personal, ¿qué sentido tiene provocar un apagón?
Desde luego que hay en lo anterior algo de pasión personal; lo reconozco. Pero déjenme que piense que es noble mi pasión: ahí, en la Clínica Universitaria de Navarra acompañé amigos enfermos; estuve con mi hermano operado. Y allí supimos en mi familia del pronóstico de la enfermedad incurable de mi padre. Pero si incurable era la enfermedad, menos curable es mi profundo agradecimiento a las enfermeras, médicos, personas de limpieza y otros profesionales que hicieron de su trabajo, su servicio a ese público que era mi padre, una herramienta para abrirnos más la vista y ayudarnos a mirar con más paz los días y las almas.
Idea fuente: Clínica de la Universidad de Navarra: servicio “al” público.
Música que escucho: Safe House, The Boxer Rebellion (2013).
José Ángel Domínguez Calatayud
2 respuestas a Clinica de la Universidad de Navarra: servicio al público