Mis veinte desaparecidos

Se me parte el alma al leer que veinte personas permanecen desaparecidas tras los atentados de Bruselas. ¿Qué estatuto es ese? Hay estatutos penosos como el de asilado y refugiado. Hay situaciones tristes como la de preso o huido. Hay realidades trágicas como estar herido o fallecido. Son un horror. Pero se me parte el alma cuando leo lo de desaparecido. Un puñal de ácido me atraviesa el corazón.

Desaparecidos

Desaparecidos

Tengo una familia a la que amo. No es muy grande. Tampoco pequeña. Si muriese antes que yo alguna de ellas, alguno de ellos, a lo mejor no lloro. Seguro que rezo y procuraría abrazarme en piña unido al resto: pegados todos en una serena plegaria por el que murió y por nosotros. Pero mi corazón sería incapaz de comprender que la persona que amo está desaparecida.

Acepto que esté lejos. Acepto, y me cuesta, que aún estando cerca, no quiera ahora saber de mí. Pero, ¿desaparecida? ¿qué clase de descomunal daño es este estatuto? Me ha venido a la cabeza lo que contaban cuando los atentados de Atocha; lo de aquel sonido de llamada de teléfono móvil que sonaba en el tren retorcido de hierros, oscuridad y silencioso terror; un insistente timbre que temblaba temores al otro lado al darse cuenta de que los minutos pasaban y nadie descolgaba. Y también el estremecimiento al comprobar que la voz que descolgaba no era la de la hija amada o la del marido que había madrugado para llegar al trabajo en un tren de muerte.

También se cumplía ahora un año del piloto suicida de Germanwings que estrelló con la suya ciento cincuenta personas que volaban a sus espaldas. Decía la noticia que los homenajes del aniversario incluían una visita al cementerio del pueblo alpino donde aún reposan restos de personas sin identificar.

Mural de fotos de personas desaparecidas el 11S

Mural de fotos de personas desaparecidas el 11S

Precisamente identidad y presencia es lo que hace posible amar, es decir, hacer el bien, ser agradable, dar, cuidar y compartir risas. Peo si no se identifica, si está desaparecido una víctima está como dos veces muerta porque no puedo amarla o rendir tributo a sus amados restos.

Sólo hay un sitio al que amarrarse en estas circunstancias: el recuerdo. Mas temo que la memoria es residencia lábil donde las voces paulatinamente se pagan, los colores de tanto no brillar se deshilachan en sepia, y los latidos de no pulsar se enfrían.

El estatuto de desaparecido es la cima de la incertidumbre, la sepultura de la luz. Sin mi ser querido, sin mis veinte desaparecidos, hoy la humanidad está más sola, más incapaz de crecer y de vivir la sensatez o la vida bohemia.

Ahora que nacen derechos debajo de los helechos y las piedras sería cosa de inventar el derecho al mayor consuelo y amparo para las familias con seres perdidos, vidas que no son, que no están ni se les espera: que han desaparecido.

Se me parte el corazón tecleando su número de teléfono y nadie responde; ni siquiera asoma otra voz que no es la suya para decirme está aquí, hecha añicos, pero está para mi último abrazo. Amar también es recordar un último momento sencillo y tierno, que sublima una separación. Así nadie está lejos, pues lejos, en el país de no se sabe dónde, están las cosas irrecuperables y desaparecidas. No sé si hay un dolor mayor.

Idea fuente: hacia un reconocimiento de los desaparecidos.

Música que escucho: La Bohéme, Charlez Aznovour (1966)

José Ángel Domínguez Calatayud

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