“A mil quinientos kilómetros de distancia de toda civilización, la energía de un solo hombre se valora de otro modo”; así sintetizaba Stefan Zweig, la fuerza de convicción y la sencillez de trámites con que Juan Augusto Sutter resolvió con Juan Bautista Alvarado, gobernador de Monterrey, la creación de Nueva Helvecia: y lo que entonces – 1839 – era una mísera tierra acabó siendo un feraz centro agrícola de la Alta California, hoy ya en las afueras de Sacramento, capital del Estado.
El libro del que tomo la cita (Momentos Estelares de la Humanidad, 3ª Edición, Ed Juventud, 1973), se fija en doce instancias en que la Historia, de ordinario un camino que evoluciona a su velocidad, es impulsada por un persona o por un grupo de ellas más allá y más rápidamente de lo esperado.
No se trata siempre de seres poderosos tal y como los considera el mundo, sino de persona capaces de movilizar proyectos de éxito a partir de acciones sin brillo pero llenas de riqueza en su interior: el resplandor original viene de dentro.
Ahora llevamos un tiempo en que parece que no hay momentos estelares sino años infernales: una década desahuciada de la vida y de toda vestigio creíble de humanidad, con muestras pestilentes en gran parte del globo: mal uso de los bienes material e inmateriales, desde el aire a los medios de comunicación; confusión intelectual; primaveras entusiastas, infladas por la opinión pública, que acaban en inviernos desesperanzados a los que esa misma opinión pública ha sumido en silencio vergonzante.
Y, por último, pero no menos diabólico sino más, el terrorismo de pretexto religioso desde Nueva York, Madrid, Londres, París y Bruselas a Siria, Yemen, Etiopía, Nigeria, Somalia y Pakistán.
A partir de ahí y en muchos países de África, viudedad, orfandad, destierro, soledad, hambre, analfabetismo, epidemias. Y la exposición al horror de la trata humana. Y la desolación del invierno humanitario de la que en este lado de la civilización, al dudoso abrigo de todo temor, nos refugiamos con lacitos, eslóganes jesuis generis, velas y ositos de peluche. Alguna vez una calderilla sacada del mismo bolsillo con el que pagamos una cierta memoria de pez.
No todos, y eso nos da esperanza.
Esta semana he tenido conocimiento de un trocito de esa esperanza; se llama Karibu Sana iniciativa nacida en Nairobi (Kenia), que en ese invierno humanitario despunta en tallo amigable y acogedor.
Me gusta cómo comunica, con sencillez y haciendo uso de dos útiles: Internet – sobre todo Facebook, pero también correo electrónico -, y presentaciones a grupos interesados.
Llama la atención su fina comunicación y la noble elegancia de su perfil. Porque no es una de esas renombradas ONGs cuyos méritos aparecen en los medios y son objeto de ayudas por parte de gobiernos y corporaciones; desde luego las necesitan para su ingente labor de cooperación.
En Karibu Sana la finura comunicativa está en detalles que pueden pasar inadvertidos. Por ejemplo, a través de Facebook ha dado a conocer “preciosas historias de cambio: niños de la calle que son acogidos, madres de familia que encuentran una fuente de ingresos para dar de comer a los suyos, pequeños y adolescentes que se matriculan en el colegio por primera vez, jóvenes que comienzan una formación profesional…”.
Y, por otro lado, lo que se nos ofrece a la vista, con las fotos que va saltando a la red, son escenas optimistas de rostros de piel negra que nos sonríen más a nosotros que al objetivo de la cámara.

Lankas Winslet Seleyan, la del sonoro nombre. Una niña masai, huérfana de padre desde los dos años, que vive en Kibera. Ahora, gracias a ‘Karibu sana!’, estudia…
Son imágenes de alegría: invitan a mirar para ayudar de modo que esos ojos y muchos más nunca más dejen de sonreír y puedan abrazar con dignidad su futuro.
No hay estridencias en esa comunicación, pero sí humanidad. No hay sensiblería, pero sí sensibilidad, un roce de amistad que sólo parece apelar a lo mejor de cada uno de nosotros para compartir esa visión.
Karibu Sana surge de la energía de un solo hombre como esas hazañas que nos descubren los relatos de Stefan Zweig y otros historiadores.
Sí, ahora es un hombre. Pero seguro que él no tendrá celos de que participemos de esa hazaña. Cada uno de los que acudan a la presentación que él, Javier Araguren Echevarría, hará el próximo martes, 5 de abril, en Madrid a las 19:30 (Edificio Beatriz, Calle Ortega y Gasset, nº 29), podrá sin duda estar contentos de estar y sumarse a la alegría que se respira a 6.190 kms. de la capital de España.
Eso no es distancia cuando la que mira es la razón con luces de bienvenida: Karibu Sana!
Idea Fuente: La eficacia de comunicar alegría (con ocasión de la recepción de una invitación a una presentación).
Música que escucho: I Had a Farm in Africa (Out Of Africa), John Barry (1985).
José Angel Dominguez Calatayud