Et nous ferons de chaque jour
Toute une éternité d’amour
Que nous vivrons à en mourir
Le métèque, Georges Moustaki
Se nos van muriendo. La lista se alarga, y ya es una sombra que vemos prolongarse delante de nosotros cuando el farol queda a la espalda de nuestros pasos:
En 2015 se fueron B.B. King (14 de mayo) que nos cantaba Sweet Little Angel; Demis Roussos (25 de enero), con su Rain and Tears que cantaba con Aphrodite’s Child y quema aún en mis recuerdos; y Ben E. King (30 de abril) insistiendo Stand By Me.
Y este año la vida sigue igual, llena de muertes que reviven recuerdos: David Bowie se fue el 10 de enero; Juan Carlos Godoy, cantante de tango argentinos, el 12 de febrero; Prince, el 21 de abril.
Y esta tarde, me llega la noticia del fallecimiento de Georges Moustaki. Cosas de las redes, en este caso de Facebook. Resulta que el cantante, nacido en Alejandría (Egipto) murió hace tres años en Niza, concretamente el 23 de mayo de 2013, pero un buen amigo lo publica hoy. Y tiene razón: hay grandes personas que no nos imaginamos muertas.
Digo cosas de las redes, pero quiero decir también, fallos de una memoria, la mía por ejemplo, saturada de noticias que se pisan y de emociones que prenden incendios unas en otras. Cuando he leído en mi muro la desaparición del cantante me asaltaban recuerdos universitarios al son del Ma Solitude o de Ma liberté.
“La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos” escribió Marco Tulio Cicerón. Y la memoria – sé que esto es obvio – muere menos cuando los hechos son agujas cosiendo el hilo de la realidad en el bordado de una fuerte emoción. La mujeres no olvidan, u olvidan menos, porque grapan con una fuerte emoción lo que no debe ser olvidado.
Y así me encontraba hoy con la noticia – renoticia – de la muerte de Moustaki. Me habré olvidado de la fecha, pero tengo presente el Campus en otoño. No podré asir el día que él nos dejó, pero sí retener su voz sonando en aquella boîte de nuit de bailes atardecidos (no era el Guacamayo, era otra). Amarillean las fundas de los metacrilatos pero nunca murieron las estrofas de Le métèque: “Avec ma gueule de métèque,/de juif errant, de pâtre grec”.
Este cantor de careto de extranjero, de judío errante, de pastor griego me acompañó con su música por las aulas y los pasillos, por los viajes en autostop a casa, entre los bosque casi azul marino de tan oscuro que era su verdor, y por las aventuras de amistad.
Y junto a él han seguido conmigo Richard Anthony (Ce Monde), Simon & Garfunkel (The sound Of Silence), Bee Gees (I’ive Gotta Get a Message To You)… Y tantos otros y tantas otras (Melanie, Francoise Hardy) que sonaron en mis oídos cuando que sonara algo era vital para saberse uno mismo viviendo con alguien. Sí, ahora puede doler, pero era vivir sintiendo que se vivía por alguien.
Bienvenidos, pues, mi cantantes de siempre, que cerca estáis, pues sólo están lejos las cosas que no se saben mirar. Y sin vosotros, Dios mío, qué solos se quedan los vivos.
Idea fuente: La música como vehículo de comunicación imperecedera.
Música que escucho: Ma Solitude, Georges Moustaki (1969).
José Ángel Domínguez Calatayud