La Torre del Viento del Este, cuento de Navidad

Se había encargado de conseguir para Tommy el último juego de construcciones en miniatura que se ofrecía a muy buen precio en Amazon: La Torre del Viento del Este.

Era el Viernes Negro, y las unidades para comprarlo por internet se habían agotado a los pocos minutos de abrirse la red, algo nada infrecuentemente en estos casos. A Victoria sólo le quedaba la posibilidad de comprarlo en alguna tienda del propio Londres.

Bicheó por internet buscando jugueterías especializadas.

Al día siguiente tendría que desplazarse por la abigarrada ciudad. Odiaba esa parte de los días previos a la Navidad tan llenos de gente en la calle; se le hacía un mundo el sólo hecho de caminar. Y además, justo en esa fecha tenía la cena de las amigas del Club de Golf: “¡vaya día me espera mañana!”, pensó.

Llevaba media hora frente al ordenador cuando dio con lo que buscaba: Dark Sphere, en Hercules Road 186, ofrecía un amplio catálogo con ese tipo de juegos. Yendo de un lado para otro de la web dio con el que quería. Se alegró mucho, pero inmediatamente le asaltó la preocupación: la pagina indicaba que sólo les quedaba una unidad en stock.

.- Dark Sphere… – se dijo en voz alta, mientras anotaba en su Smartphone el horario de apertura (de 11 a 22 horas) y la dirección – : Dark Sphere suena a libro de Chesterton. Bueno, al menos está cerca del Tate.

Tate Britain en Navidad

Victoria Lakehouse, doctora en Bellas Artes, trabajaba como Directora de Exposiciones de la Tate Britain, más conocida como Tate Gallery. Para ir pagando sus estudios había trabajado en la administración de un hospital de Manchester. Siempre recordaba aquel paso por la casa del dolor como un baño de realidad en fuerte contraste con los retratos antiguos y las suaves pinturas de la campiña inglesa.

A la mañana siguiente, cogió como siempre el metro hasta Pimlico y, recorriendo la ribera del Támesis por Milibank, en diez minutos llegó a su trabajo.

Una vez allí indicó a sus compañeros que saldría a un recado. Eran las 11:10 cuando cruzaba la oscura puerta de Dark Sphere.

Esperaba el milagro de que nadie se hubiera llevado “La Torre del Viento del Este” con todas sus piezas y accesorios para componer la hermosa, y a la vez terrible, torre. Luego volvería al trabajo.

En la amplia tienda siguió los rótulos hasta las maquetas y, después de una ansiosa búsqueda, ante sus ojos apareció luminosa la caja. Allí estaba la torre que se haría inolvidable en ese día de Adviento.

Dark Sphere, Hercules Rd Londres

Con el corazón a ciento veinte pulsaciones por minuto cogió el juego y se dio media vuelta para ir a pagarlo. En el pasillo le llamó la atención un juego – Flames of War – pues parecía sugerir la posibilidad de rediseñar escenarios de la Última Guerra. Depositó en el suelo el juego de la Torre del Viento del Este y tomó el Flames of War; en la parte posterior de la caja leyó lo que contenía, pero no le sedujo: hoy prefería la paz. Lo devolvió al estante y al agacharse para recuperar su ansiado juego, no lo halló; sencillamente no estaba.

Miró alrededor. Escudriñó las hileras de juegos por si alguien lo había repuesto. Nada. Una angustia y un mal presentimiento se alojaron en su cabeza oprimiendo su corazón. Se dirigió hacia la caja para ver si el empleado lo había retirado.

Y allí estaba el juego, en el mostrador.

.- ¡Oh! Gracias a Dios, creí que lo había perdido – dijo mientras a alargaba la mano

para recuperarlo.

Pero otra mano, la de un caballero, alto y fuerte, que esperaba su turno frente a la caja, se adelantó a cogerlo y mirándola con escueta indignación dijo:

.- Señora, ¿qué hace? Este juego es mío – afirmó cortante y frío, embutido en su abrigo azul.

.- De ningún modo lo tenía yo.

.- Claro que no; yo le he traído hasta la caja y cuando lo pague me lo llevo.

.- Qué desfachatez, si yo lo cogí del estante.

.- A decir verdad, señora, no sé, ni me importa mucho, lo que usted haya hecho: el caso objetivo es que yo lo he presentado al pago y por tanto no hay discusión. ¿No me irá a decir que se lo he arrebatado? – añadió en tono de interrogatorio policial.

.- No, claro que no, lo dejé un momento apartado… – Victoria cambio su entonación y prosiguió -. Mire señor es el regalo, el único que me ha pedido mi hijo por Navidad, y no querrá usted que quede decepcionado al ver que le falta su regalo del Niño Jesús.

Con gesto arrogante y una mirada de acero aquel hombre se volvió despacio hacia Victoria.

.- ¡Ah!… una creyente cristiana. Mire, yo me atengo a los hechos y, como coleccionista, a ensamblar piezas. No creo en nada más que en aprovechar la oportunidades. El mundo es una esfera, una oscura esfera y su niño Jesús fue una molestia que el inepto de Herodes no acertó a borrar a tiempo de la faz de la tierra y así ha ido después la Historia. “Déjennos” en paz – concluyó, así en plural, el severo señor del abrigo azul marino.

Victoria se quedó muda ante la blasfemia viendo como el hombre pagaba las 25 libras del juego y salía a la calle.

Las pocas personas que había en Dark Sphere no dijeron nada. Y nada hicieron.

La ira ocupó los últimos rincones del ánimo de Victoria. No comprendía tanta insensibilidad. Le enfurecía el egoísta silencio de aquella gente. Pero aún más hervía su sangre por no haber acertado ella misma a alegar nada en defensa de su fe y de su derecho.

Tea House Theatre

Bajo el plomizo cielo londinense, las manos vacías, con su bolso colgando desde el hombro del abrigo, eran una alegoría de la impotencia humana. No quería llegar así al Tate. Allí mismo en Lambeth, cerca de la tienda, en la orilla opuesta de su trabajo estaba, bien lo sabía ella, el Tea House Theatre, un amplio y sólido cobertizo de madera azul, donde a esa hora se servía buen té y bizcochos caseros.

Entró y se sentó abatida. Pidió un té Early Grey y un pastel de ciruelas. Era el Tea House Theatre, en Vauxhall Walk, uno de sus sitios preferidos para meditar. O para la intimidad. Había ido de joven con canciones de Isla de Wight; también luego por motivos profesionales: uno de esos lugares que te serenan. Hay lugares que te abrazan con la calidez de las personas amadas y la ternura de Navidades de infancia.

Mientras le traían el té buscó en su Smartphone una frase que venía sonándole en la cabeza. Era sobre los Sabios que al salir de Jerusalén, acaso por la Torre del Viento del Este, vieron de nuevo la estrella avistada en el Oriente y que les había puesto en camino. Encontró el texto: “al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría”.

Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría

Terminó su té, salió al frío húmedo y se encaminó más confortada al Tate cruzando el Támesis por Vauxhall Bridge. Cuando alcanzaba los primeros barrotes rojos del puente una furgoneta de mediano tamaño pasó a gran velocidad en su misma dirección y se subió a la acera arrollando a los viandantes.

Volvía a repetirse. Lo comprendió al instante: un ataque terrorista. Así era. El vehículo parecía querer matar a todo el mundo y estrellarse en las mismas puertas de la mole azul y blanca sede del MI5, el Servicio Secreto, al otro lado del puente.

Del vehículo se había salvado por décimas de segundos, pero no del terror que le paralizaba pegada al suelo. Oyó los gritos de horror. Casi pudo oler el mudo dolor de las víctimas. Se recobró y corrió puente adentro a socorrer a los heridos. Se oyeron unos disparos. Sirenas, órdenes y pánico. Pánico agudo. Llegaban policías de uniforme y de paisano. Caos y silencio helado.

Vauxhall Bridge

A mitad del puente, junto a una motocicleta potente, estaba tendido él. Lo reconoció enseguida por su talla y su abrigo azul marino. Aún asía con fuerza la bolsa negra de Dark Sphere. No lo dudó. Se quito el chal que llevaba de bufanda y lo puso como almohada bajo la nuca del hombre inmovilizándole con cuidado el cuello. El hombre no le hablaba; sólo miraba muy quieto, muy fijo, una medalla que se había descolgado del cuello de Victoria cuando ella se inclinó para atenderle.

Victoria, durante fríos y largos minutos le dio aquel tipo de primera asistencia que había aprendido en Manchester.

.- Tranquilo, tranquilo; sé que le duele, pero usted respire; vamos, poco a poco. Sobre todo no intente moverse – iba musitando al hombre del abrigo azul que retenía la bolsa negra -. No cierre los ojos.

Los ojos azul acero los tenía aquel hombre clavados muy abiertos en el brillo de una medalla que le pareció un estrella.

Hasta ellos, llegó primero un policía. Al poco la ambulancia; era de Saint Thomas Hospital, muy cerca de allí. El agente le pidió a Victoria su número de teléfono: necesitaremos su declaración.

.- Claro.

Luego, consternada, fue caminando por donde le indicaba la policía. Tomó John Islip St. y torció por Atterbury para llegar al Tate, donde toda la gente estaba conmovida por lo ocurrido. Llamó a casa; sólo dijo que estaba bien. Luego por whatsapp habló con sus amigas del Club de Golf para anular la cena de Navidad. Ninguna quería, ninguna tenía alma para celebraciones.

Terminó pronto de trabajar y se acercó al Centro Comercial de Cardinale Place. El imponente edificio, cristal y acero, siempre le había parecido un armadillo gigante y extraterrestre por su cubierta que descendía en arco, acero y cristal, desde la séptima planta hasta tocar en pico el nivel de la calle. Una bella construcción de EPR Architects.

Cardinal Place Centro Comercial

Compró algunas cosas y, ya de vuelta, se topó con un cartel que anunciaba un concierto de villancicos en la contigua Catedral de Westminster que tanto le recordaba a la Estación de Saint Pancras por su artística combinación de piedra blanca y roja.

Entró cuando comenzaban los primeros acordes y un estremecimiento le corrió por la espalda hasta erizarle el cabello: sonaba el conocido Coventry Carol.

Herod the King

In his raging

Charged he hath this day

His men of might

In his own sight

All children young to slay

Lágrimas templadas quemaban sus mejillas mientras por su mente, como rayos de poderío terrible, cruzaban las imágenes de la jornada. Unos minutos después, con las voces corales, todo se había aquietado bajo la bóveda del templo y la música.

Catedral de Westminster

Vibró el teléfono con un mensaje: era la policía pidiéndole que se acercara a Saint Thomas Hospital.

Llegó en veinte minutos. Un agente le condujo hasta su oficial al mando.

.- Señora Victoria Lakehouse, gracias por venir. El señor que usted ha salvado esta tarde – le dijo con el tono monocorde de un atestado policial – es el Comisario Jefe Mr. Osmond, mi superior. Ahora está en coma inducido, pero ha ordenado que le entregue esto.

La bolsa negra fue reconocida inmediatamente por Victoria; dentro La Torre del Viento del Este. Ella hizo ademán de rechazarla, pero el agente, imperturbable, no lo permitió; solamente añadió.

.- Me ha pedido que le dé las gracias. También me ha dicho que le gustaría tener cerca de su almohada una medalla, o una estrella no estoy seguro; no le he entendido.

Victoria se llevó la mano al cuello y puso en las del policía una cadena de plata con la medalla de María y el Niño.

.- Sí – sonrió Victoria -, esta es la medalla. Y este el Niño que le ha salvado a él, a usted y a todos, porque está eternamente vivo. Merry Christmas!

.- Merry Christmas, my lady – le despidió con saludo militar el agente.

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