Después escribir el otro día de las calorías vacías –patología epidémica de la comunicación – quería escribir hoy el nudo sano. El término no es mío. Lo escuché por primera vez la semana pasada en una conferencia.
Fue durante la intervención del profesor Mariano Hernández Barahona, psicólogo. La suya fue la exposición de apertura de un ciclo denominado con el sugerente título “La felicidad posible” que se desarrolla hasta junio con una charla mensual en un centro de Sevilla.
Sé poco de psicología y menos de nudos. Conozco el nudo corredizo, los nudos en la garganta y el nudo ciego, llamado así por su dificultad de desatar. Su expresión más conocida y extrema fue el nudo gordiano, aquel que Alejandro Magno no deshizo, sino que partió en Frigia con un poderoso golpe de espada.
Los nudos significan fortaleza y debilidad, los saben los escaladores y los marinos. Malo si se desata demasiado fácil. Peor a veces si no se desata jamás. También lo saben las parejas cuando la vida con sus vueltas y revueltas acaba haciendo un nudo de silencio que ahoga la respiración del amor hasta asfixiar la felicidad.
La felicidad depende de la comunicación. Si es verdadera no debe anudar imposibles, sino desnudar el bien y la belleza interior. La alegría. Y aquí entra “nuestro” nudo sano.
La idea que tomo, no sé si con acierto, del profesor Hernández Barahona es que en toda persona hay un núcleo que forma y mantiene el centro de energías para el bien. Hay en cada una, en cada uno un lugar interior no contaminado. Una zona verde. Una zona blanca, mejor. De ahí irradia luz, verdad, calor humano y resortes para comunicarse. Entenderse y hacerse entender. Comunicar es comprender.
Por grande que hayan sido el mal, la mentira y la fealdad de una persona encontraremos un motor limpio donde se aprietan ocultos, rebeldes, los sentimientos y la honda capacidad para lo más maravilloso. La otra idea es que él, o ella, es quien lo crea, y quien puede buscar y desatar ese nudo sano para que despliegue su eficacia.
Otro modo de ver el nudo sano es acudir a la Selvicultura y a la técnica de la madera, donde nudo sano es el que “no presenta rasgos de pudrición”.
En la madera, una vez extraída del árbol, hay partes fibrosas, que han estado afectadas por otra madera circundante, por ejemplo el nacimiento de una rama. Ahí se producen alteraciones en su composición, en su lisura y en su resistencia a la putrefacción. La madera de nudo sano no presenta fallos, conserva la integridad.
De todo tronco puede sacarse un tablón de nudo sano. Lo mismo en el hombre, en la mujer: desde su nudo sano están capacitados para dar – para darse, diría – lo mejor de sí. Sin nudo sano no hay comunicación, aunque se oigan palabras, aunque – y es difícil – se miren a la cara.
La comunicación personal – también la comunicación estratégica de empresa – han de buscar ese nudo sano para evitar, digámoslo así, la extensión de la falsedad, las fake news internas y la comedia que al final acabaría en tragicomedia. O al menos, en una penosa pérdida de tiempo.
¿Cómo llegar al nudo sano? Con la amistad, con la escucha activa, con el conocimiento de lo circundante que afecta al interior. Y con paciencia. Vamos, poniendo uno mismo en activo las más sublimes capacidades del propio nudo interno.
Idea fuente: en el interior de él y de ella hay un nudo sano que se abre al comunicar.
Música que escucho: Tell Him, Vonda Shepard (1998)
José Ángel Domínguez Calatayud
2 respuestas a El nudo sano