Una de las más gozosas pequeñas impresiones en la vida es la mirada del reencuentro.
Han pasado los años desde aquella tarde en que te despedías. Los caminos se separaban. Era irremediable como el curso de un río que se parte en dos lenguas.

En ese instante piensas con pena que todo se acabó. Ya no habrá unión. Acaso sólo el disuelto y fundido participar de ambos algún día en ese mar que es el más allá tras la muerte. No, el río no vuelve. No, la vida no regresa.
Y sin embargo jirones de tu vida están adheridos a hábitos tontos de cada uno de mis días: la manera de doblar la servilleta; un lenguaje sólo nuestro; no decir nunca «adios». Pero sobre todo un puñado de melodías que te escuché cantar, o que oímos juntos aprendiéndonos la letra en inglés, hasta que de tanto traerla a los oídos son ya la canción, la única que es nuestra: nuestra canción.

En los días de temblor, miedo e incertidumbre, o cuando como hoy tengo que decirme que los de mi estirpe no lloran, encuentro ahí un remanso de comprensión, un refugio compartido, Sí, lo sé, lo comparto sólo con la soledad. Pero estoy seguro de que ella es también “nuestra” soledad.
Está seguridad la tienes tú también porque es indudable que quedaron rastros imborrables. Se pueden apartar, claro, los recuerdos. Pero la amistad que ha domesticado las aristas del adiós te hierve tan pronto como respiras un aroma o lees en algún lugar una noticia de nuestros rincones.
La amistad es esa conversación de los días capaz de vincular a dos personas con lugares, sonidos e imágenes que para otros se muestran inertes, vacíos de todo sentido.
Ayer, al volver a verte – sí, sé que te vi –, tuve ese minuto de felicidad intensa que existe – estrella errante – cuando las almas asoman a los ojos y abrazan la seguridad de conocer que nunca estaremos impersonalmente confundidos ni tras la muerte.
La amistad reencontrada no es mirar atrás, es saber que el mismo firmamento tiene un significado que nos es propio. Entendemos, porque nos comprendemos. «Comprender es compartir». Sin palabras, entre líneas, entre gestos…con sólo mirar a lo mismo. Quedan cosas por hacer. Quedan versos que cantar. Queda vida, la que quede, por vivir. Y caminar hasta la última orilla.

Idea fuente: no son las muertes lugar de reencuentro
Música que escucho: A qué le llaman distancia, Jorge Cafrune (1967)
José Ángel Domínguez Calatayud