Hablaba esta mañana con un experto consejero de finanzas. Gran persona, en un momento determinado que venía a cuento citó a Napoleón Bonaparte: “un empresario es un comerciante de esperanza”. Me gustó la idea y, como hago otras veces, me la guardé en el zurrón de la memoria para saborearla en este blog.
Hay otra cosa que hago con las citas. Quizás estemos ante un TOC (trastorno obsesivo compulsivo), pero las citas las carga el diablo, así que las investigo para autenticarlas.

Y he encontrado la de Napoleón algo distinta en origen, aunque con similar designio: “On ne conduit le peuple qu’en lui montrant un avenir : un chef est un marchand d’espérance”. La he traducido como «Sólo lideramos a las personas mostrándoles un futuro: un líder es un mercader de esperanzas«.
Sé que la palabra “merchant” también quiere decir “comerciante, vendedor”, pero para mí tiene grandes resonancias clásicas lo de mercader. Mr. Shakespeare, supongo.
Y luego, soy consciente de que la cita termina con “esperanza” en singular. Pero o la ponemos con mayúscula – “Esperanza” – o es insuficiente. La realidad que cambia a gran velocidad va a exigir al “chef”, renovar el menú de manera variada y atractiva.
Un líder es un mercader de esperanzas. Aceptado. Entonces, ¿dónde están los líderes mundiales, europeos, nacionales a los que se les puede reconocer en esa frase?
No voy a dar nombres, ¿para qué?: me basta abrir periódicos de los últimos tiempos para compartir con ustedes el deseo frustrado de encontrar la virtud de los buenos mercaderes en los jefes de ahora. Aquellos grandes mercaderes cargados de género de calidad por el que pagas con gusto el esfuerzo de tu dinero, tu trabajo o tu rato de paz familiar, ¿dónde se ocultan?

La esperanza es virtud alegre opuesta igualmente a los movimientos histéricos que a la demagogia. No, el crecepelo que quieren vender algunos a precio de impuestos crecientes, división y topicazos no tiene recorrido.
Para que el líder-mercader de esperanzas sea siquiera escuchado como lo fueron lo verdaderos hacen falta unos ideales y unos fines de altura y compromiso. Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi, Robert Schuman o Winston Churchill en la Europa que quería emerger; Václav Havel el checo tras la caída del Muro soviético; o Ronald Reagan en el diseño de un mapa cortamiedos (Polonia) fueron gente con errores y aciertos pero que se planteaban mundos donde el crecimiento no requería de estos progresismos que mueren en sí como peste negra.
Sin ideales a la medida de la persona no hay esperanzas; sin vivir la virtud de la sinceridad el camino es la postverdad, el ver quién engaña a quién.
En fin: la esperanza es territorio de luz, no de sondeos; es fuerza del humilde y no del bravucón; es estrella que engendra el Futuro que promete, porque compromete al que la descubre; es brújula de buen Norte, porque tiene aprendida la lección del amor, es decir del trabajo para las personas a las que está destinada.

Qué bueno sería que quienes escogidos o no, se siente hoy líderes leyeran “El mercader de Venecia” y, en esa obra, el juego de los tres cofres – oro, plata, plomo – para conquistar a Porcia y que tenían su cartel para dar pistas o para despistar:
“El de oro: Quien me escoja ganará lo que muchos desean.
Y un rollo que decía:
No todo lo que brilla es oro / lo habéis oído con frecuencia
muchos hombres su vida / han vendido solo por ver mi dorada envoltura.
Las tumbas de oro conservan gusanos.
Si hubierais sido tan prudente como osado…
joven de miembro, viejo de juicios,
habrías obtenido otra respuesta distinta a la de este escrito.
Fría es tu pretensión”.
La cálida pretensión es la que mira más allá: Más allá del dolor de hoy; más allá de lo que no se ve; la que cogió el fuego aquel día casi olvidado y lo llevó años quemándole en el corazón, para encender Esperanza en los suyos.
Idea fuente: el liderazgo como generador de esperanza
Música que escucho: Wild Word, Cat Stevens (1970)
José Ángel Domínguez Calatayud
2 respuestas a El mercader de esperanzas