La última palabra

En todo discurso es importante lo primero que decimos. Forma parte de la primera impresión. Esa huella es difícil de borrar. Si es buena, quien la escucha, no hace ningún intento por borrarla. Si es mala no hace falta ningún intento.

Primera palabra que abre camino

Sin duda, el comienzo marca. Los expertos en comunicación cuidan este punto, pues saben sus consecuencias. Bien tuvo que sufrirlo en sus carnes Richard Nixon en su debate con John F. Kennedy en el primer debate televisado el 26 de septiembre de 1960. Su aparición sin maquillar, con un oscurecimiento por  no estar bien rasurado y con traje gris invisible fue el contrapunto de un pulcro Kennedy con traje oscuro y con un rostro y peinado que sus asesores no habían dejado a la suerte. No tengo que contarles quien ganó este debate. Lo ganó porque salió a ganarlo desde la imagen a la palabra. La primera palabra es la última.

El primer pensamiento también es el último. En realidad nosotros somos nuestro comienzo y nuestro fin.

Eso es lo que hace necesario cuidar nuestra imagen desde nuestras ideas. En algunos cursos pueden enseñar a estar en un escenario, a mantener un lenguaje no verbal aceptable. No están mal estas prácticas pues mejoran la aparición pública de quienes a ellas acuden.

Sin embargo las personas, usualmente la mujeres mejor que los hombres, suelen acabar distinguiendo lo auténtico de lo impostado. Y si descubren que palabras, gestos y miradas no son genuinas, en ese término se quiebra la comunicación por pérdida de la confianza. No es descartable que se mantengan las relaciones y los contactos por otros motivos, por interés propio si es el caso, pero no llamen a eso comunicación.

Todo lo anterior vale para las comparecencias públicas, para las entrevistas personales, para la conversación de amistad y para la más íntima relación de amor.

sencillez

El “postureo” es una enfermedad de la comunicación que ataca a su raíz. A veces se descubre pronto. Otras se tarda más. En cualquier caso el daño es mayor cuanto más tiempo pase hasta que quede desvelado. El velo era hermoso; al retirarse, la mezquindad presenta la verdadera horrenda faz del falsario. Es terrible, hace destrozos, produce la ruina de lo que era bello, la quiebra de la comunicación por retirada inmediata y abrupta de toda la confianza.

La primera palabra es la de la impresión. La última la del poso en el alma, la del regusto que perdura, la de las señales, la de las promesas incoadas, la de la esperanza. O la de final sin retorno.

A esta última, la de la ruptura, categoría pertenece la palabra «adiós» cuando es un «adiós» de verdad. Decir adiós es decir no hay un luego, nada seguirá más adelante. A veces no hay otro remedio, pero duele igual.

Cada uno tiene sus gustos, pero me parece mejor un «hasta pronto», «hasta luego», «nos vemos» que no zanje la amistad, la posibilidad del acuerdo o la seguridad compartida de que nos quedan pinceladas para pintar juntos otro futuro. La última palabra puede ser sin palabras: un silencio que todo lo dice.

Salvo ese caso, la última palabra, como decía, tiene algo de un “continuará” tan propio de las series televisivas. Y entonces cuando parecía que todo terminaba (debate, charla, confidencia) se abre un portón de cosas que podrán ocurrir y empezamos a imaginar, a saborear por adelantado un mañana mejor, una ventana a saber más, un gota de un agua nueva para la sed de verse más tarde.

Photo by Everton Vila on Unsplash

Conozco a una persona que no dice nunca adiós y que, en lo más doloroso de su relación, nunca dejó antes de acostarse de llamar para pedir perdón al ofendido, de  besar por la noche a su esposa, de mirar al cielo, sonreír y, como última palabra, musitar “gracias”

Idea fuente:  te falta no perder la esperanza contenida en tu propia sonrisa.

Música que escucho: Have You Ever Seen the Rain, Willie Nelson (feat Paul Nelson) (2013). En 1970 la lanzaron por primera vez Credence Clearwater Revival. En 2006 la versionó Rod Stewart y en 1995 Smokie. John Fogerty, miembro de Credence Clearwater Revival tiene su propia edición en solitario llena de poderío.

José Ángel Domínguez Calatayud

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