Cuando compartimos participamos de la vida del otro, sea una persona sola, sea un extenso público. En esa comunicación florecen contenidos: ideas, pensamientos, proyectos… lo que sea. Ese intercambio o ese poner en común se llena de palabras, de gestos, pausas y silencios.
Y todo ello tiene un tono perceptible. Si vivimos pegados y no en una distancia, claro. Porque, como escribe Maeve Brenan, que anida en un alto apartamento de Nueva York, “gran parte de los gestos ordinarios de la gente se desvanecen cuando se vive en lo alto, en el aire”.

En la cercanía el tono es “audible” y en casos extremos masticable. “Se masca la tragedia”. Es tensión. Sigue ahí el tono al pie de la letra su etimología latina tonus, y ésta del griego τόνος tónos que en sentido propio significa «tensión».
De la veintena de acepciones de “tono” del diccionario de la RAE, resultan inspiradoras las referidas a la música. Quizás de la música las tomaron la lingüística y la literatura.
El drama, la comedia y en no menor medida la poesía necesitan su tono. También lo que hablamos y escribimos entre nosotros: sin él, sin el tono, no hay variación, ni vida, ni muerte, ni abrazo, ni recuerdo, ni color: estaremos ante un algo á-tono, poco menos aburrido que un algo monó-tono, sin tensión.
Cuando no tenemos tono nos sumergimos en una oscuridad sin luz, unas manos sin gestos, unos ojos sin expresión y en palabras de vida vegetal.
Lo sabemos en cuanto le vemos y le oímos. Quien habla nos da más información que con las frases con la “inflexión de voz”: ahí se refleja su “intención o el estado de ánimo”.

Aunque la conocida frase “gritan tanto tus actos que no oigo tus palabras” hablan de los ruidos de la comunicación, no cabe duda de que la idea contiene una alusión al tono. La inflexión de voz es más parte del gesto que del contenido. Incluso puede encarcelar a la misma palabra: “vox faucibus haesit” dice el Eneas de Virgilio en la Eneida: la voz se anudó en la garganta. ¿No hemos asistido nunca al que se quedó sin palabras porque el tono cursó en mudez?
Y en la escritura el tono puede también dejar más profunda huella que el texto, pues opera como “carácter o modo particular de la expresión y del estilo de un texto según el asunto que trata o el estado de ánimo que pretende reflejar”.
Escribimos con intención, o presos de una emoción y ese “background” llega a dotar de fuerza titánica al verbo. Es cosa de cada uno controlar o no ese fenómeno, pero no estaría mal hacer caso a Lord Byron que en su Don Juan desliza una sutileza: “no tiene el diablo entre todas sus armas/una flecha que hiera el corazón como una dulce voz”. (The devil hath not in all his quiver’s choice/An arrow for the heart like a sweet voice). La flecha es el tono.
¡Ay!, ¿qué flechas vamos sacando de nuestro carcaj comunicativo?
Idea fuente: el tono en el que escribí aquello eclipsó a sus ojos el texto.
Música que escucho: I’ll Fly For You, Karliene (¿2019?). Nada que ver con la canción del mismo título de Spandau Ballet (1984).
José Ángel Domínguez Calatayud