Me doy cuenta de que llego cuando ya se ha hablado mucho de esto: cuáles son las consecuencias de las pantallas en los niños y en los jóvenes. Y en ti y en mi, amiga mía, amigo mío.
Muchos de los que leéis esto y, desde luego quien lo escribe, nacimos analógicos, crecimos con relojes de agujas, escribíamos con lápiz y papel y tuvimos nuestras conversaciones cara a cara o por teléfono, nunca por medios de internet y cortos mensajes como los de las redes sociales.

Desde luego hablábamos sin iconos. Aunque en la cabeza bullían las imágenes nacidas de novelas, cine y televisión. Y siempre fantasías traídas de las canciones que marcaron un época.
La llamada Civilización de las Pantallas, verdadero zoco mundial de imágenes, fue primero princesa del Cine, luego la Televisión heredó la corona y en sólo 40 años, con las primeras computadoras personales, las pantallas se han convertido en la multiforme invasión de mensajes e imágenes también omnipresentes: portátiles, televisores, Smartphone, cartelería urbana electrónica, información en salas de espera y hasta en algunos transportes públicos. Todo pantallas.
Es ya un forma de comunicar – o de incomunicar -, y en todo caso un estilo de vida que no conoce barreras culturales, formativas o de riqueza. Si se pudiera decir así de crudamente muchas personas son hoy lo que sus pantallas: una fachada que proyecta cosas. Iba a decir pensamientos, pero son muchos los casos en que, absorbidos por las recomendaciones y la novelería de “influencers”, sueltan por esas bocas retazos de tics, frases hechas y, en momentos sublimes, la expresión de algún estado de ánimo.
Pero que levante la mano el que no ha cambiado algún hábito de los irrenunciables, el que ya canta cosas nuevas, o se ríe de cosas que le parecieron muy serias. Que levante la mano el que no ha sido joven.
Y con todo eso nuestra mente se formó sin pantallas.
En un concienzudo artículo de Mathilde Damgé («Ecrans et capacités cognitives, une relation complexe«, Le Monde 28/10/2019) se profundiza en la cuestión de la reducción del coeficiente intelectual de una generación sometida a una exposición a las pantallas. Es para especialistas, desde luego, pero no deja de hacer a alusión al libro de Michel Desmurget que lleva el aparatoso título “La Fabrique du crétin digital. Los peligros de las pantallas para nuestros hijos”.

Aunque, como el artículo reconoce, no hay consenso entre los estudiosos y las muestras de investigaciones son insuficientes, sí hay algunos rastros incipientes de pérdida de coeficiente intelectual por abuso de las pantallas, concomitante con otros hábitos vitales como el sedentarismo. También cuenta lo ficticio de la compañía vía redes, una forma algo sublime de engaño que produce en algunos jóvenes soledad existencial y patologías diversas.
Pero no todo es alarmante, como el propio Michel Desmurget reconoce “»Está claro que el uso recreativo que hoy hacen los jóvenes es debilitante. La cuestión no es suprimirlos, profesionalmente los uso yo mismo en gran medida, sino limitar drásticamente estos consumos debilitantes «.
Las ventajas de la Civilización de las Pantallas se nos muestran claras – in medio virtus – como en otros avatares de la vida de cada uno. Yo escribo esto digitalmente frente a una pantalla.
Pero no renuncio al gozo de peregrinar a esos lugares interiores donde la vida tiene respiro, y el recuerdo de una mano amiga.
Cada uno tiene esa alma en su almario para cargar baterías, para sentir que puede lograr no abatirse y ser útil, querer para ser más querido, servir para saborear el señorío amable de la felicidad de la persona próxima.
Que el coeficiente intelectual se reduzca es un drama, pero si apagamos el coeficiente afectivo es una tragedia. Sin la luz del querer nada vale, la vida literalmente desaparece. Sólo queda su máscara. Ese si es el Halloween determinante que nos convertiría en muertos andantes.

Las pantallas amigas nos lo permiten cuando somos capaces de poner hora, lugar e intensidad precisas para lo valioso humano. Como el rayo de luz que vimos en una casa en donde el sol levanta.
Idea fuente: reducción del coeficiente intelectual por abuso de las pantallas
Música que escucho. The House of the Rising Sun, The Animals (1964)
José Ángel Domínguez Calatayud