Un humanoide en busca de rostro

En una vida anterior trabajé con un ingeniero. Bueno, con bastantes. Eso no tiene por qué ser siempre insufrible. Es más, he aprendido de ingenieros algunos sabios comportamientos sensatos. Éste compañero, lo mismo que muchos de su especialidad, tienen un modo especial de observación y análisis. No sé si por raíz genética o fruto de las incontables horas dedicadas al cálculo, el caso es que se fijan en la realidad y la compartimentan atribuyendo magnitudes a cada elemento. En algunos caso, como recordaba el profesor Joan Ginebra, del IESE, desarrollan además una peligrosa tendencia a la extrapolación.

Photo by Charles ?? on Unsplash

El caso es que mi amigo ingeniero clasificaba el estado de ánimo de los viandantes según a dónde dirigían los ojos mientras caminaban. En un resumen de urgencia esta sería su reflexión: los que van mirando al suelo están tristes y necesitados; quienes tienen la vista al frente sin desviar su atención tienen un objetivo y es para ellos lo principal; quienes tienen su mirada alzada y emplean gran angular son personas optimistas que viven recibiendo mucho del exterior y desean un triunfo propio para compartirlo.

El rostro, si lo pensamos bien, es una entrada a la vida del otro. Desde luego para eso habría que mirar al otro con algo de interés, algo que salvo en la buena amistad y en los enamorados no siempre ocurre. Lo que está ocurriendo por el contrario es que en los países técnicamente desarrollados la soledad tiene ya carta de ciudadanía.

Y gente  con visión de futuro ya está en negocios de acompañamiento de personas solas. Pero en vez de con  hombres  o mujeres andaban imaginando el robot de rostro humano.

Buscando un rostro para un robot

Copio la entradilla de un llamativo artículo de J. M. Sánchez: ”Una empresa británica ofrece más de cien mil euros por obtener la cesión de caras de por vida para crear máquinas virtuales” ( «Una empresa ofrece 115.000 euros por poner tu cara en un ejército de robots», ABC de Sevilla, 23/10/2109)

A parte del peliagudo asunto de la cesión por vida de los derechos a la propia imagen, se pueden producir escenas chocantes: por ejemplo, la de ver la cara de tu primo en el bar de tapas, en la gasolinera y en visita a tu tía de Murcia, pero que en verdad no sea tu primo sino un robot con cara de primo. También caben algunas reflexiones relativas al fondo, la causa y el devenir de la sociedad.

Sobre el fondo, ¿querremos tener humanoides con rostro en vez de sentimientos compartidos con otra personas? Entrando en la causa – la pérdida real de personas amables por falta de población humana-, ¿será capaz este “blade runner” de expresar con rostro paciente el afecto que subyace a una caricia o a una amorosa sonrisa de sincero afecto?

El devenir de nuestra sociedad, si queremos algo de felicidad, se construye con el trato entre personas, para lo cuál hay que activar en origen el crecimiento de la Humanidad “con más gente a favor de gente en cada pueblo y nación” (¡Viva la gente!).

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Al menos, en la dimensión más próxima, en la de cada uno, tenemos la oportunidad de recomponer en cada uno lo que pide el anuncio para los candidato: un “aspecto amable y amigable”. Aunque bien mirado es mejor que el aspecto sea el final y no el comienzo. Para lograr con naturalidad un aspecto amable, no hay nada como pensar amablemente en todo momento, hablar con amabilidad, sonreír, consolar, meterte en los zapatos del otro, que nunca es del todo un otro, sino un yo de rostro necesitado.

Estamos llenos de sucedáneos en multitud de productos y servicios: manteles y servilletas (de papel), café (descafeinado); cigarros (sin nicotina y sin humo); terrazas (de un metro); pan (industrial); tiernos mensajes (de emoticonos). Una infinidad eficiente de falsedades. ¿Construiremos un sucedáneo de ser humano?

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Dejadme aspira a más: a tener cerca personas a las que  amar, no robots de “aspecto amable y amigable”. Permitid que ame a personas con corazón humano con las que compartí peleas, pero también ternura de carne y hueso; recuerdos comunes a ambos; olvidos propios; un lenguaje sólo nuestro; un imposible tan pasional como lejano de circuitos electrónicos.

No odio el retrato tridimensional que sería ese robot, pero no concibo vivir sin saber que vive. Siempre queda la primera vez que vi su cara auténtica, única. Y si muere no habrá consuelo, pero mi lágrima será tan humana como sus cenizas enamoradas.

Idea fuente: ofrecen dinero para dar el propio rostro a un robot.

Música que escucho: The First Time Ever I saw Your Face, Leona Lewis (2007). Otros preferirán la voz original de Roberta Flack (1969); o la grave voz de Johnny Cash (2002) o cualquiera de las diecisiete versiones que sugiere Google.

José Ángel Domínguez Calatayud

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