El instructor les había dado la primera lección de vuelo que, básicamente, se concentraba en dos principios. El primero: “procuren que el número de aterrizajes sea el mismo que el de despegues”. El segundo, sobre el aterrizaje, era el de aproximación que contenía dos ideas: “Dirección correcta y no dejar pista atrás: toda pista que dejen detrás antes de tocar tierra es irrecuperable”.

Me lo contaba esta mañana Luis, piloto y profesor de técnica aeroespacial en un centro de Formación Profesional.
Nos hemos reído con lo de aterrizar las mismas veces que despegues. Incluso si es sólo una menos, suena peligroso. Y hablando de la comunicación y la vida todos conocemos momentos en que entre el despegue y el aterrizaje no hubo equiparación. Ahí están las meteduras de patas, las palabras que nunca debieron coger vuelo y todas las variantes de la calumnia o la difamación que emprendieron un vertical de no retorno sin daños.
Visto así, vivir tiene algo de volar: lo hemos contemplado en el trabajo, en la familia, en la amistad y en el amor.
Aterrizar tantas veces como se despega tiene que ver con saber acertar con los procesos intermedios que lo hacen posible: elegir una profesión que nos haga aprender, crecer y ser útiles. Volar con la familia con la que despegamos un día exige estar atento a los monitores para ir teniendo aterrizajes suaves. Cuánta palabra inoportuna. Cuánto silencio que mete el cariño en picado a tierra. Ah… la tóxica niebla de la indiferencia.
¿Y la amistad? ¿no necesita que ambas partes, ambos planos (alas), mantengan la misma línea? Sí, han de soportar esfuerzos similares, mantener la comunicación y la unidad operativa aunque entre medio de los dos, y con toda razón, se interpongan la cabina.
En tema difícil como el de la comunicación del amor el principio de aterrizaje correcto es la ayuda imprescindible. A la pista del cariño y el mutuo entendimiento hay que aproximarse con el cauto respeto con que el piloto encara la línea recta central que parte longitudinalmente la pista. Entrar desestabilizado o cruzado anuncia un peligro.
Pero la parte que más veces olvidamos es que no es recuperable la parte de pista que queda detrás. El amor que no dimos allí se quedó.

Si decidimos abandonar, o algo nos distrajo de la corta zona del buen aterrizaje, señalada por una líneas gruesas y cortas colocadas a cada uno de los lados del eje de la pista que sirven de orientación al piloto para tocar la pista al tomar tierra, entonces no podemos hacer nada más. Es simple: un aeronave no tiene marcha atrás. Imposible a los 260 km./hora, con que aterriza un avión comercial.
En la comunicación empresarial y en la personal los desastres tienen consecuencias distintas que en la aeronáutica. Pero el principio es el mismo: toda pista que dejemos detrás antes de tocar tierra es irrecuperable.
La buena noticia es que aunque no somos físicamente infinitos, sí podemos recoger nuestra alma, revestirla de amor con decisión y hacerla volar con dignidad y un corazón lleno. El combustible somos nosotros. Rise Up!
Idea fuente: no dejarse detrás lo que echaremos de menos delante
Música que escucho: Rise Up, Yves LaRock (2007)
José Ángel Domínguez Calatayud
2 respuestas a Despegar, aterrizar, dignidad y corazón lleno