Sólo lo vio cuando surgió de la niebla. Ella estaba quitando la primera nieve de la puerta de su casa, “La Casa del Lago”. La lámina de agua que se abría frente a la fachada había empezado a helar ayer. Al fondo, las cumbres alpinas estaban nevadas y heladas. Era el sábado víspera de Adviento. La Navidad le gustaba por los recuerdos de la niñez. Pero las cuatro semanas anteriores que la liturgia ofrece para prepararla le subyugaban a esta edad madura de dolor y de dulces cicatrices: su corazón se inundaba de una mansa sensación de esperanza.

No se asustó al verle. Incluso parecía que contaba con la aparición de aquella figura. Todo el mundo le conocía como el cartero. Ella prefería saludarlo como Mi Mensajero. Es lo mismo, sí, pero mensajero significa ángel. Para ella era “Mi Mensajero”, el que le traía algunos paquetes los recibos y dos o tres cartas de vez en cuando. Ya no se escriben cartas, se envían correos electrónicos que sólo por analogía pueden llamarse correo. Ella se decía “Mi Mensajero es el sobre del sobre que espero. El custodio de las palabras dibujadas más que escritas de quien un día volverá a escribir”.
El cartero del cantón le dio un único sobre cuando llegó a su altura. Ella reconoció en un instante la letra – un vuelco en el alma – en la que estaba escrita la dirección: “Casa del Lago”. En toda la orilla Norte de aquel lago no había otra vivienda que aquel pequeño chalet – piedra, madera y pizarra – que era un nido acogedor. En todo el cantón no había otra española que ella. Tampoco un corazón con un tesoro encendido, aunque ni el cartero ni nadie en el mundo conocían esta parte de la vida de aquella mujer. Ni falta que hacía, probablemente.
Cuando regresó a la entrada con la propina, “Mi Mensajero” ya había vuelto a desaparecer en la bruma. Sus huellas de sombra azul delataban esta silenciosa marcha.
Entró en la casa de nuevo. Cerró la puerta. Inconscientemente se arregló con las manos el pelo corto y alisó su vestido como si él estuviera allí mirándola. “Oh, que tonta” se dijo con un rubor y una sonrisa al darse cuenta.
Se sentó delante de la chimenea donde ardían troncos de pino y entonces, sólo entonces, abrió el sobre sin romperlo. ¡Cuánto hacia que no tenía en sus manos un carta de él!
Pero antes de empezar a leer las dos páginas de aquella mala caligrafía, adelantó unas horas el rito de encender la primera vela de la corona de Adviento, la vela de la esperanza.

Se bebió cada palabra. No eran cosas apasionadas. Ya no. Eran noticias de familia y algunas notas, escasas como siempre, de él y de amigos comunes de lo que ellos llamaban, con un sobreentendido tono de vida sólo de ellos, “aquella época”.
Luego le contaba el origen de una canción amada por ambos y que ella alguna vez rememoraba tocándola y cantando delante de esa misma chimenea. La canción era “You’ve got a friend”. Este era esa parte del texto.
“Resulta – le escribía – que Carole King acababa de conmoverse profundamente al escuchar el tema ‘Fire and Rain’ de James Taylor que incluía una referencia a su adicción a la heroína y al suicidio de un amigo: el estribillo decía “He visto tiempos solitarios cuando no pude encontrar un amigo”. Entonces Carole reaccionó con nuestra canción: “Aquí tienes un amigo”.
James Taylor la tocó en su estudio y la grabó. Aquello gustó y finalmente se grabó con el acompañamiento. Más tarde se introdujeron los arreglos por el estudio y la cosa quedó fantástica.
Sólo había un pequeño problema: la propietaria de la composición era Carole. James se dirigió a su amiga y ella, amiga generosa, le dijo: “adelante”. La versión de James Taylor batió récords. Esa, la de él, fue la que más veces escuchamos los dos en mi casa. Bello gesto, ¿no crees?”
Luego la carta añadía en palabras claves que sólo ellos conocían: “he pensado que te gustaría saber cómo nació en ‘aquella época’ cuando tú empezaste a cantarla”.
Se despedía la carta “con todo cariño, amiga del alma”.

La releyó y volvió a meterla con cuidado en el sobre como hacía en aquella época. Fuera comenzaba a nevar. Dentro, dentro de ella, a llover: consoladoras lágrimas rompían párpados abajo. En silencio, como entonces, como ayer, como ahora mismo se dijo: “tengo un amigo y una vela de esperanza”.
Idea fuente: dos: una charla sobre Amistad y ver encender la primera vela de Adviento.
Música que escucho: You’ve Got a Friend, James Taylor (1971)
José Ángel Domínguez Calatayud
2 respuestas a Amistad, una vela de esperanza