Guardar papeles puede recrear, pero es a veces como almacenar cadáveres. Huesos de tinta y celulosa. En la profesión es un lugar común reconocer que “nada hay más antiguo que un periódico de ayer”.

Tengo dos anécdotas que pertenecen a una vida anterior una refuta ese aforismo, la otra parece confirmarlo.
Vino a visitarme un sacerdote de una parroquia del cercano barrio obrero. Le recibí en un despacho de aquella planta. No recuerdo su rostro, pero conservo el aroma de su amabilidad. Tras presentarme el propósito de su visita hablamos de otras cosas. Quizás yo le diría que por motivos profesionales leía varios periódicos todos los días. Con un amplia sonrisa me respondió que él sólo uno a la semana pero que estaba bien informado. Y era verdad. Probablemente porque además del diario semanal, su dieta informativa contemplaba muchas horas de escucha atenta. Sin contar las del confesionario. La ausencia de noticias inmediatas no tenía la fuerza de cortar el hilo importante – la tendencia – del mensaje principal.

El otro sucedido contiene también una frase. Nos la dijo al grupo de comunicadores que visitamos un centro de diseño de Renault de Barcelona. Allí, inspirados por la belleza de la Ciudad Condal y por el Mediterráneo, trabajaba un equipo de jóvenes provenientes de las cuatro esquinas del mundo dibujando los coches que se industrializarían varios años después. Era alucinante el ambiente y la creatividad de aquel equipo. Cuando le preguntaron por algún auto de los de aquellos días a un joven del estudio respondió sin un tono especial: “cuando salgo a la calle todos los coches me parecen antiguos”.
¿No experimentamos sentimientos parecidos? Alejo, ese amigo mío, me dijo un día que a él le bastaba ver después de mucho tiempo los ojos de Cira, o que las primeras palabras de ella llegaran a sus oídos para tener seguridad del estado de ánimo de la chica. Como al cura, los días de ausencia no cortaban el hilo principal del relato de su amor. No necesitaba que ella hiciera o buscara notoriedad: dentro de sí sentía la plena notabilidad de aquella personita.
Hoy he releído un texto de John H. Newman, un papel antiguo que me parece vivo, actual: “La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse un fama de prensa), ha llegado ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración”. A ellos les bastaba mirarse y saber lo valioso que cada uno era para el otro.
Y ahora, en la especial amistad íntima, todo aquello es actual y lo de la calle (o de las redes sociales, tanto da) parece razonablemente antiguo. Tener notoriedad es fácil y provisional. Ser notable por el servicio rendido anida en el recipiente que es la persona o la comunidad que retiene, incluso sin saberlo, la esencia de un bien que cambió parte de su vida. Una vida nueva nacida de fuente perdurable. Por tanto, duerme, duerme.

Idea fuente: revitalizando lo notable de la propia vida
Música que escucho: Dormi Dormi Lullaby, Andrea Bocelli, duet Jennifer Garner (2019)
José Ángel Domínguez Calatayud