En una vida anterior me correspondió negociar con sindicatos diversos temas. El calendario laboral y sus puentes no era de uno de los más escabrosos. Pero tenía sus dificultades y provocó alguna de los momentos estelares de aquella relaciones laborales.

Escribo a 6 de diciembre, fiesta nacional de la Constitución Española y a dos día del 8 en que se celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Esta última data en España del año 1640; la del día 6 comenzó a celebrarse en 1979.
Entonces, con ocasión de esas negociaciones, se producía una divertida esgrima entre el autor de estas líneas y un corajudo delegado sindical de Comisiones Obreras. El asunto era meramente semántico. Cada vez que el sindicalista – puro corazón, ¡eh! – se refería al puente lo hacía llamándolo “puente de la Constitución”. Cuando yo estaba en uso de la palabra lo llamaba “puente de la Inmaculada”. El sindicalista insistía muy democrático “…porque para el puente de la Constitución”. Yo replicaba, “de acuerdo entonces con el puente de la Inmaculada”. Ninguno de los dos cedía, pero ni la sangre llegó al Guadalquivir, ni se perdió el respeto. El que él me tenía y el que yo le profesaba.
Pasaba como con tantas cosas en la vida que, siendo la misma, uno las ve convexas, mientras el otro, del lado de enfrente, las ve cóncavas. ¡Qué habrá sido de él!
Bueno, pues hoy que comienza el Puente de la Inmaculada, recordando aquellas negociaciones, creo haber aprendido una lección de pragmatismo y sentido común de las monjas de los conventos de clausura de la Archidiócesis.

Desde este día de la Constitución, durante todo su puente y hasta el 9 de diciembre, esta abierta en los Reales Alcázares la exposición y venta de dulces elaborados por estas mujeres que rezan y trabajan (ora et labora). Las monjas no pierden el tiempo en discusiones sobre el nombre de un puente: le ponen sabor a dulzura, cariño de fogón y aromas de la tierra andaluza.
Son veintitrés los conventos que acuden a esta cita anual que se organiza por gente de la calle, amables señoras bajo la batuta de Claudia Hernández. El número no es corto, como no lo es la generosidad que mueve a las familias a acudir. Es devoción a un estado que de todos se acuerda en su plegaria y que ofrece su trabajo, dulce donde los haya.
Me enseñaron, algún día lo aprenderé, que no hay que enfadarse ante lo que incomoda, que con el limón lo que se hace es limonada. Limonada nada más. Y una sonrisa.
Esa es la lección. Y hoy algo de dulzura: mazapanes (Clarisas de Estepa); Delicias de Almendra (Dominicas de Écija); magdalenas (Mercedarias Descalzas de Marchena); bolas de coco (de las de Osuna); Tortas de Almendra (Franciscanas Clarisas de Morón de la Frontera)…Y así hasta toda geografía local y cientos de especialidades.

Si esas manos humanas hacen dulzor para mostrarlo desde el puente de su callada plegaria, también podrán nuestras mentes, digo yo, tender puentes – sonrisa, simpatía y calor humano – entre las almas.
Hoy es fiesta, pero siempre podemos festejar y celebrar muchas cosas, empezando por la dulzura en el trato. No nos lo dicen pero tenemos cerca personas que lo necesitan. No vamos a poner una exposición de abrazos: basta comunicarse. Comunicar es comprender. Comprender es compartir. Unir.
Idea fuente: atravesando hasta el lado bueno del puente: dulzura.
Música que escucho: “My Sweet Lord”, Billy Preston (2002) en el Concert Tribute to George Harrison memorial organizado en el Royal Albert Hall de Londres el 29 de noviembre de 2002 dedicado al cantante y guitarrista de The Beatles en el primer aniversario de su muerte.
José Ángel Domínguez Calatayud
2 respuestas a Dulces en el puente