En estas fechas, cerca de la Cena de Navidad, aparecen comentarios de dos órdenes. De una lado, los que odian la cena “obligada” con familiares que no caen del todo bien. La figura cristalizada es “el cuñado”, al que se evita el resto del año y al que hay que tratar con forzada cortesía en Nochebuena.
En la otra esquina, surge el caso de las personas que no cenarán con ningún cuñado, ni hermano, ni padre, ni hija, ni…nadie: son las personas solas. Según la Encuesta Continua de Hogares (ECH) del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2018 había en España 4.732.400 solas. De ellas, el 43,1 % con más de 65 años.

Suena fuerte, porque es fuerte para quien esa situación es algo ni querido ni buscado. Otros, por los motivos que sean, han podido elegir cenar solos. Todos en algún momento hemos añorado la soledad. El silencio de humanidad. La noche sin ruidos ni estorbos. El día para uno.
Pero de ordinario “no es bueno que el Hombre esté solo”. Tampoco la Mujer. Y de esos cerca de 5 millones de solitarios es seguro que una inmensa mayoría desean al lado una mano amiga, unos ojos de comprensión, unos oídos que atiendan: un humano amado para el que sentirse útil.
Vivir solo porque nadie más habita la propia casa, ni a ella acude, ni me invita a la suya es devastador. También y muy corrosiva es la soledad conviviendo con más personas, para quienes eres menos visible en medio de la sala de estar, no ya que la tele, sino que el pomo de la puerta.
Existen organizaciones, ONGs, que atienden a hombres y mujeres en este estado de abandono: Cáritas, Grandes Amigos, Haces Falta ASA. Hay iniciativas para paliar las consecuencias de este apartamiento. Por ejemplo, Cruz Roja Española y Turrones El Lobo han lanzado la campaña llamada “El amigo invisible” para combatir la soledad en Navidad (COPE Almería, 18 de diciembre 2019). Una labor encomiable, aunque ante las cifras de más arriba siempre faltarán brazos para disolver esa “soledad exterior”. Aquí ayudar es hacer Humanidad.
También hay acciones de sensibilización como la de la escultura hiperrealista de una mujer mayor sola sentada en un banco de los Jardines de Albia (Bilbao).
Junto a esa soledad exterior, he conocido personas con “soledad interior”. Una vivencia oscura, punzante y dificilísima de tratar porque el que la sufre no quiere – ¿no puede? – contar lo que le hunde en el abismo de sí mismo. Sabe que no le van a comprender aunque le entienda las palabras. Está sola porque él se fue. Está solo porque ella tomo la puerta. Cuando él era toda su existencia, cuando ella era el único presente continuo.
El frío puñal de la soledad interior no hay quien lo saque. Sólo un gesto sincero y profundo de ternura hasta la lágrima. Para encender un fuego, uno basta; para que el fuego sea hogar se necesitan dos. Y han de amarse y amar un futuro juntos.
Idea fuente: la mucha gente sola, tan cerca.
Música que escucho: Mr. Lonely, Bobby Vinton (1962)
José Ángel Domínguez Calatayud